A las once y media, antes de irme, llamó Joan. Me volvió el alma al
cuerpo. Por fin alguien conocido con quien poder hablar, aunque pensara que Rob
Westerfield era inocente. Me preguntó qué podía hacer por mí. Aproveché para
pedirle todo lo que necesitaba: ropa, dinero, venir a buscarme y ayudarme a
encontrar un sitio donde alojarme. Inmediatamente me ofreció hospedaje en su
casa a lo que me negué rotundamente, por el peligro que significaba teniendo en
cuenta lo que ya me había pasado y considerando que en su casa había 3 niños.
Le dije que de ninguna manera aceptaría eso. Se alarmó cuando le dije que lo
que me había sucedido era visiblemente una tentativa de homicidio.
Joan me dijo que me llevaría a un lugar que creía que me gustaría.
También que llamaría a una amiga con una contextura física similar a la mía
para pedirle ropa prestada y calzado.
Al cabo de una hora Joan estaba de vuelta con una valija con ropa
interior, medias, pijamas, un jersey, pantalones, un saco grueso, guantes,
zapatillas deportivas y algunas cosas para mi higiene personal.
Luego de vestirme la enfermera me alcanzó un bastón que me ayudaría a
caminar hasta que se curaran las llagas que tenía en mis pies.
Joan ya me había hecho una reserva en el Hudson Valley Inn, a un km de
allí. Le pedí a Joan pasar por casa de la Sra.Hilmer para ver en qué
condiciones se encontraba mi coche, que había quedado estacionado a unos metros
del garaje. Por suerte no se había dañado pero no me lo podía llevar porque las
llaves habían quedado en la habitación, así que debería llamar a la BMW para pedir
un duplicado. La policía de investigación que estaba revisando los escombros me
aseguró que ellos se encargarían de que el auto estuviera a salvo.
El Hudson Valley Inn era como una mansión victoriana de 3 plantas. En
la recepción nos atendió la Sra.Willis quien inmediatamente se solidarizó con
mi problema, al saber que no dispondría de mis tarjetas por unos días hasta
recibir los duplicados.
Subimos con Joan los dos pisos que nos separaban de mi habitación y
cuando llegamos cada ampolla de mis pies parecían haberse multiplicado por
cinco. La habitación era muy confortable y tenía vista a un río.
Luego de tomar algo con Joan en el comedor, me contó que la noche
anterior había estado en una fiesta y que todos los presentes estaban en contra
de mi página web. Criticaban todo lo que había escrito e incluso la foto que
había puesto de Rob y también la de Andrea. Joan me dijo que una parte del
pueblo pensaba que el asesino había sido Will Nebels, otra parte que había sido
Paulie y aún los pocos que pensaban en la autoría por parte de Rob, ya había
pagado con 22 años de cárcel, por lo que se hacía necesario que la cortara de
una vez por todas y aceptara la realidad. Le pedí a Joan cambiar de tema porque
no nos pondríamos de acuerdo y le agradecí los trescientos dólares que me
prestó. Nos pusimos de pie, Joan me saludó pues ya se iba y yo me dispuse a
subir nuevamente los dos pisos para ir a mi habitación. Pero antes de
despedirnos le pedí a Joan que investigara con nuestras amigas de antaño, si
alguna de ellas recordaba el medallón que llevaba puesto ese día Andrea. Me
prometió que se ocuparía.
Dormí seis horas y me despertó el timbre del teléfono. Era Joan que me
llamaba para contarme que la ama de llaves de la abuela de Rob había ido a la
casa de Paulie a increparlo para que
admitiera haber sido quien asesinó a Andrea. Que por su culpa la familia
Westerfield estaba siendo torturada. Cuando la mujer se retiró, Paulie se metió
en el baño y se cortó las venas y ahora está en la sala de cuidados intensivos
sumamente grave y temen por su vida.
Me vestí y sin más corrí al hospital. Estuve acompañando a la mamá de
Paulie que estaba con una señora empleada del negocio que tenían. Las
siguientes doce horas pasaron sin ninguna novedad. Recé para que Paulie se
recuperara y hasta prometí que si salvaba a Paulie estaba dispuesta a aceptar
todo lo ocurrido o al menos lo intentaría.
A las nueve de la noche se nos acercó un médico y dijo que Paulie se
había estabilizado y que sobreviviría y que ya podíamos abandonar el lugar y
retirarnos a descansar.
De camino a mi casa compré el diario que en el frente estaba llena de
fotos con todos los posibles inculpados.
Ya allí sonó mi móvil. Se trataba de la persona que afirmaba haber oído
a Rob confesar en la cárcel otro asesinato. Me pidió cinco mil dólares para
darme el nombre de pila del hombre que se había jactado de matar, pero sólo
tenía el nombre de pila. Decidí jugar el único resto que me quedaba, aunque
podía tranquilamente no ser verdad, pero no me quería quedar con la duda, así
que me pidió el dinero para el viernes y quedamos en volver a vernos.
El miércoles ya contaba con toda mi documentación en regla, tarjetas y
registro de conducir incluído, Todos los días publicaba el medallón de Andrea
para saber si alguien la había visto por última vez con él encima o si sabían
algo de él.
Me había quedado todo el día en la habitación escribiendo y a la noche
decidí bajar al comedor a cenar y me llevé un libro como compañía.
Me levanté, destrocé la tarjeta y la arrojé dentro de la copa de vino
que tenía en su mesa. Y tras hacer eso le dije: a lo mejor puedes darme el
medallón que tomaste después de matarla.
Su mirada cambió de repente y por un momento pensé que se levantaría y
tendría alguna reacción hacia mí y dándome vuelta le pedí a la camarera que se
había quedado mirando, que trajera otra copa de vino y que la cargara a mi
cuenta.
Durante la noche desactivaron la alarma de mi coche y metieron arena en
el depósito de gasolina. Cuando llamé a la policía para denunciar mi auto
averiado, me atendió el detective White y aprovechó para decirme que el
incendio en casa de la señora Hilmer había sido intencional y que habían
encontrado los restos de las toallas empapadas en gasolina que, por supuesto,
eran idénticas a las toallas que la señora Hilmer tenía guardadas en el armario
de la ropa blanca del departamento y me cortó la comunicación, no sin antes
sentenciar: una coincidencia muy curiosa, señorita Cavanagh, no lo cree?
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