Cuando llegué al primer colegio donde Rob había comenzado sus estudios
secundarios, me quedé extasiada con lo que me encontré enfrente. Era mucho más
impactante de lo que yo había imaginado.
Cuando fui recibida por el director del establecimiento y antes de que
empezara a hablar, le pedí que abreviáramos el tiempo porque ni él ni yo lo
teníamos. Le expliqué que mi objetivo era evitar que Rob Westerfield llevara
adelante un segundo juicio y que quedara en libertad y limpio el nombre de su
familia, cuando en realidad tenía la certeza que había sido él quien había
asesinado a mi hermana. Necesitaba conocer los nombres de los amigos que
estaban con él en aquél momento y las razones por las que lo habían expulsado
del colegio. Y agregué: le aseguro que puede confiar en mi discreción.
El hombre comenzó diciendo que había ingresado como alumno al colegio
porque su familia se había comprometido a reconstruir la edificación donde se
dictaba ciencias. Ya estábamos en conocimiento de que se trataba de un alumno
problemático. La experiencia que tuve personalmente con él, fue espantosa. Es
un ser que no sabe manejar socialmente y rompe todos los códigos. La expulsión
sobrevino por haber atacado a un compañero durante un juego de rugby. Le aclaro
que hoy me llamó el abogado de la familia Westerfield y me amenazó si le
brindaba a ud información negativa de Rob y no me gusta que me amenacen. Lo
último que le diré es que luego del incidente se marchó a Europa y cuando
regresó cambió de colegio. La lista de los compañeros que le daré, negaré haber
sido yo quien se la ha proporcionado.
Como era la hora del mediodía decidí ir a almorzar. Entré a un comedor
antiguo. Enseguida me puse a conversar con quien me atendió y me enteré que
hacía más de cincuenta años que estaban instalados allí. Le expliqué que era
periodista y que estaba escribiendo la historia de Rob Westerfield. La cara de
la mujer se transformó y enseguida volvió acompañada de una señora mayor, que
me habló pestes del hombre. La última vez que habían estado allí con sus padres
el joven tenía aproximadamente quince años. La camarera tropezó con él y
enojado le retorció el brazo. Su comportamiento fue tan terrible que su padre,
para evitar que hiciéramos una denuncia, nos pidió que aumentáramos la cuenta
de la consumición al monto que quisiéramos pero que por favor no llamáramos a
la policía. Los dos estaban muy avergonzados por su hijo. Les pedí que se
retiraran y que no volvieran nunca más por mi negocio.
Fui a ver a la joven camarera que ahora era psicóloga y mostró su
arrepentimiento por no haberlo denunciado en aquél momento. Consideraba que los
22 años en la cárcel no lo habían cambiado para nada. Si su abuela se entera de
lo que ud. está escribiendo en su página web, tal vez hasta cambie su
testamento antes de que a su nieto le otorguen la posibilidad de un segundo
juicio y todo su dinero iría a parar a obras de caridad. ¡Me encantaría si
pasara eso! Le respondí con una sonrisa de oreja a oreja, pero ella me aconsejó
moverme con cuidado porque me estaba metiendo con gente muy pesada. Me despedí
de ella y volví a mi casa.
Cuando llegué la llamé por teléfono a la señora Hilmer y con mucha
preocupación me contó que cuando volvía de la biblioteca le pareció que un
hombre la venía siguiendo. Me avisó que llamaría a la policía porque estaba muy
preocupada y que le contaría lo ocurrido el día anterior. Tuve que aceptarlo
porque sin quererlo estaba quitándole la paz que había tenido esa mujer hasta
mi llegada.
El policía que vino, como era de imaginar, le dijo a la señora Hilmer
que era poca evidencia la que le estaba contando y que suponía que era todo
producto de su imaginación por lo sucedido el día anterior. Y cuando se enteró
que mi preocupación sólo había sido por encontrar la lapicera fuera de su lugar
a mi regreso y una frase escrita en mi PC que yo no había puesto, le restó
totalmente importancia al hecho. Agregó también que mucha gente del pueblo que
estaba en desacuerdo con el comportamiento de Rob, decían que había estado 22
años en la cárcel cumpliendo una condena que no le correspondía, ya que
opinaban que el verdadero culpable había sido Paulie. Además no puedo dejar de
decirle que haberse parado en la puerta de Sing Sing, donde los que salen
seguramente volverán al mismo lugar muy pronto, con un cartel con su número de
teléfono, es de locos.
Cuando el oficial se fue sonó mi celular y era la señora Hilmer. Me
dijo que había fotocopiado los diarios que le había dado y que como a la noche
iría al cine, pasaría por mi casa para dejarme la bolsa con todo. Le agradecí y
también la tranquilicé diciéndole que al día siguiente me volvería a mudar al
hotel donde había estado, porque con las cosas que estaban pasando sería más
seguro para las dos.
Me senté frente a mi PC y comencé a escribir el primer capítulo de mi
libro. Recordé el episodio del medallón. Yo ya no recordaba casi cómo era pero
en su momento yo había dado a la policía una descripción minuciosa del mismo y
debía constar en el expediente.
Sonó el teléfono y era Pete, mi jefe. Me contó que habían vendido el
periódico, tal cual él lo sospechaba y que le habían ofrecido trabajo pero que
lo había rechazado y respecto a ti me dijeron que no continuarían con el tipo
de periodismo que haces, por lo que no creo que puedas reintegrarte a tu
regreso. Para reafirmar lo que ya en ese día me lo habían dicho tres personas,
me volvió a decir que tuviera cuidado. Quedamos en vernos en algún momento y
nos despedimos.
Me quedé pensando en lo que me había contado Pete y en lo que haría
cuando llegara el momento de volver. Volvió a sonar mi teléfono. Me preguntaron
si estaban hablando con la mujer que el día anterior se había parado con un
cartel en la puerta de Sing Sing. Cuando le respondí que sí quisieron saber
cuánto estaba dispuesta a pagar por una información que devolvería a Rob Westerfield
a Sing Sing por el resto de sus días. Cuando le ofrecí cinco mil dólares
consideraron que era demasiado poco para la primicia que me tenían reservada.
En ese momento pensé que si me despedían me pagarían una indemnización y no
quería perderme lo que esa persona tenía para decirme. Le pedí que me
adelantara algo. Me contó que un año atrás, estando totalmente drogado, le
había contado que a los dieciocho años había matado a una persona y que el
nombre de esa persona valía mucho más que los cinco mil dólares que estaba
dispuesta a pagar. Antes de cortar me dijo que en una semana me volvería a
llamar.
Cuando corté no pude ser ajena a la creencia de que podía tratarse de
un engaño, pero recordé a mi hermana Andrea y creí que su memoria bien valía el
dinero que estaba dispuesta a pagar para devolver a ese hombre al lugar del que
nunca debió haber salido.
Encendí el televisor y en ese momento estaban dando los resultados de
un partido de básquet y el locutor estaba mostrando en cámara el jugador que
había convertido el tanto decisivo. Se trataba de Teddy Cavanaugh, mi
hermanastro. Yo no lo conocía, pero era mi vivo reflejo. Como estaba mirando a
las cámaras tuve la impresión de que me estaba mirando a mí. En ese momento sus
admiradoras comenzaron a vitorearlo gritando su nombre a viva voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario