Me costó mucho dormirme. No podía sacarme de la cabeza que a la mañana
siguiente Rob sería puesto en libertad.
A las 7 me despesrté y cuando encendí la televisión estaban los medios
en la puerta de la cárcel de Sing Sing, haciendo la cobertura de la noticia. En
pocos minutos más saldría por esa puerta el asesino de Andrea, después de 22
años y se subiría a la limusina que lo estaba esperando.
Un poco más tarde, cuando volví a encender la televisión, estaba dando
una conferencia de prensa pero esta vez desde la mansión de su abuela. Siempre
había insistido en su inocencia y ésta no era la excepción. Aseguró que ahora
podría trabajar junto con el grupo de abogados que lo asistía, para demostrar
en el nuevo juicio, gracias al testimonio de Nebells, que era inocente y dejar
limpio el apellido de los Westerfield. La cronista se despidió de él,
augurándole suerte en el segundo juicio.
Diariamente queda en libertad algún recluso en la cárcel de Sing Sing y
con toda seguridad cualquiera de ellos conocería a Rob, así que decidí
plantarme en la puerta para hablar con el primero que saliera. Pero como se me
complicaba distinguirlo de un empleado, preparé un cartel diciendo que era
periodista y que estaba ahí en busca de información sobre Rob Westerfield,
agregando que la paga por los datos aportados sería buena. Por las dudas,
agregué mi número de teléfono.
Hacía ya tres horas que estaba ahí parada, dura de frío y habían salido
montones de personas, pero sólo una se había acercado preguntándome si no tenía
otra cosa que hacer que buscar información de ese crápula. Todos leían el
cartel pero nadie se acercaba a hablar conmigo, así que me dí media vuelta y me
dirigí al estacionamiento donde había dejado mi auto. Allí se me acercó un
hombre y quedé acorralada entre él y el coche. Me preguntó quién era y porqué
estaba tan interesada en saber cosas de él y agregó que había sido un preso
ejemplar y que por mi bien me aconsejaba quemar mi letrero y volver sobre mis
pasos.
Ya de vuelta en mi habitación, en casa de la señora Hilmer, empecé a
buscar en los periódicos de aquella época que había guardado mi madre para ver
si podía rescatar algo. Lo único que descubrí fue que había asistido a dos
escuelas privadas secundarias. En la primera había estado sólo un año y medio y
la segunda era un colegio para chicos con problemas de conducta. Decidí llamar
por teléfono a los dos colegios. Mi excusa sería que estaba interesada en
contar su historia.
Los directores fueron los encargados, en ambos casos, de proporcionarme
la información. En el primer colegio me dijeron que no tenían por costumbre
brindar ningún dato de sus alumnos actuales o pasados y le contesté que me
constaba que habían hecho una excepción con el periodista Jake.Bern. Acorralado
por mi imputación absolutamente improvisada, me dijo que me concedería la
entrevista pero que sólo me brindaría la fecha de inicio y término del período
transcurrido en esa escuela, fecha en la que solicitó su traslado. Convinimos
nuestra cita para las once de la mañana del día siguiente.
Llamé luego al segundo colegio y mi llamada también fue transferida a
la dirección del mismo. La directora se portó muy amable conmigo pero me dijo
que sólo daban información si tenían la autorización de la familia. Ante mi
insistencia y recalcando nuevamente el hecho de que me constaba que a Jake Bern
se le había proporcionado numerosa información, me concedió la cita para el día
lunes a la mañana.
Cuando corté me telefoneó la señora Hilmer para invitarme a comer a su
casa. Acepté de inmediato porque recordaba lo buena cocinera que era. Cuando
recorrí con la vista mi habitación, la ví tan desordenada que decidí acomodar
un poco porque si a ella se le ocurría venirse hasta aquí, no tendría la mejor
impresión de mí al ver eso.
Los periódicos de mi madre, que estaban todos desparramados por el
suelo, los guardé en una bolsa de lona en el ropero y todo el resto lo puse en
su lugar. Después pensé que si se producía un incendio podía perder la bolsa
con todos los diarios que mi madre había guardado por tantos años, así que
decidí llevarla conmigo.
Cuando la señora Hilmer me vio llegar con la bolsa, le expliqué que la
había llevado para que le echáramos un vistazo juntas a los diarios y ver si
encontraba algún nombre de alguien que aún estuviera en el pueblo. Me dijo que
Joan Lashley, la chica en cuya casa había estado Andrea la noche que fue
asesinada, se había casado y vivía en Garrison, a sólo 15 minutos de allí.
Mientras tomábamos café la señora Hilmer revisó un poco los diarios y pude ver
la horrible impresión que le causó hacerlo.
Cuando volví a mi habitación era ya noche cerrada y la señora me prestó
una linterna para alumbrarme. Recorrí el tramo con bastante miedo y cuando
llegué a mi casa encendí pronto todas las luces. Se veía ordenada como la había
dejado, pero me llamó la atención que mi lapicera, que la había dejado a la
derecha de mi PC, estaba del lado izquierdo. Me recorrió un escalofrío por todo
mi cuerpo. Encendí la computadora para ver si me habían borrado el archivo del
artículo que estaba escribiendo, pero continuaba allí. Lo último que había
escrito era el cruce que había tenido en el estacionamiento con el hombre que
me había acorralado y sugerido que me fuera, Yo había hecho una simple
descripción física de él, pero habían agregado “peligroso y debe ser abordado
con precaución máxima” Las piernas me empezaron a temblar. Fui al dormitorio
para ver si notaba la falta de algo. Parecía todo igual pero la puerta del
ropero que había dejado cerrada, se notaba entreabierta. En su interior tenía
guardadas todas las joyas de mi madre, pero todas estaban ahí, no faltaba nada,
por lo que presumí que lo que estaban buscando era información. Pensé en lo
acertada que había estado al llevarme la bolsa con todos los diarios y decidí
que al día siguiente fotocopiaría todo por las dudas. También me dí cuenta que
la persona que había revisado mi agenda se había enterado de las dos reuniones
que yo tenía concertadas en los dos colegios.
Al día siguiente muy temprano pasé por la casa de la señora Hilmer a
contarle lo que había pasado y se ofreció para fotocopiarme todo en la
biblioteca donde trabajaba como voluntaria. Además me dijo que fuera a vivir
con ella porque esa persona podía regresar y no convenía que estuviera allí
sola. También sugirió avisar a la policía.
Agradecí su gesto pero le dije que deseaba continuar viviendo donde
estaba y que prefería no avisar por el momento nada a la policía. Lo que le
solicité, en cambio, fue comunicarse con Joan Lashley y ver si podía ir a verla
al día siguiente. Quedó que a mi regreso tendría seguramente su respuesta.
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