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domingo, 2 de junio de 2013

EL SECRETO DE LA NOCHE - PARTES XVIII - XIX y XX

 
Me costó mucho dormirme. No podía sacarme de la cabeza que a la mañana siguiente Rob sería puesto en libertad.
 
A las 7 me despesrté y cuando encendí la televisión estaban los medios en la puerta de la cárcel de Sing Sing, haciendo la cobertura de la noticia. En pocos minutos más saldría por esa puerta el asesino de Andrea, después de 22 años y se subiría a la limusina que lo estaba esperando.
Un poco más tarde, cuando volví a encender la televisión, estaba dando una conferencia de prensa pero esta vez desde la mansión de su abuela. Siempre había insistido en su inocencia y ésta no era la excepción. Aseguró que ahora podría trabajar junto con el grupo de abogados que lo asistía, para demostrar en el nuevo juicio, gracias al testimonio de Nebells, que era inocente y dejar limpio el apellido de los Westerfield. La cronista se despidió de él, augurándole suerte en el segundo juicio.
Diariamente queda en libertad algún recluso en la cárcel de Sing Sing y con toda seguridad cualquiera de ellos conocería a Rob, así que decidí plantarme en la puerta para hablar con el primero que saliera. Pero como se me complicaba distinguirlo de un empleado, preparé un cartel diciendo que era periodista y que estaba ahí en busca de información sobre Rob Westerfield, agregando que la paga por los datos aportados sería buena. Por las dudas, agregué mi número de teléfono.
Hacía ya tres horas que estaba ahí parada, dura de frío y habían salido montones de personas, pero sólo una se había acercado preguntándome si no tenía otra cosa que hacer que buscar información de ese crápula. Todos leían el cartel pero nadie se acercaba a hablar conmigo, así que me dí media vuelta y me dirigí al estacionamiento donde había dejado mi auto. Allí se me acercó un hombre y quedé acorralada entre él y el coche. Me preguntó quién era y porqué estaba tan interesada en saber cosas de él y agregó que había sido un preso ejemplar y que por mi bien me aconsejaba quemar mi letrero y volver sobre mis pasos.               
Ya de vuelta en mi habitación, en casa de la señora Hilmer, empecé a buscar en los periódicos de aquella época que había guardado mi madre para ver si podía rescatar algo. Lo único que descubrí fue que había asistido a dos escuelas privadas secundarias. En la primera había estado sólo un año y medio y la segunda era un colegio para chicos con problemas de conducta. Decidí llamar por teléfono a los dos colegios. Mi excusa sería que estaba interesada en contar su historia.
Los directores fueron los encargados, en ambos casos, de proporcionarme la información. En el primer colegio me dijeron que no tenían por costumbre brindar ningún dato de sus alumnos actuales o pasados y le contesté que me constaba que habían hecho una excepción con el periodista Jake.Bern. Acorralado por mi imputación absolutamente improvisada, me dijo que me concedería la entrevista pero que sólo me brindaría la fecha de inicio y término del período transcurrido en esa escuela, fecha en la que solicitó su traslado. Convinimos nuestra cita para las once de la mañana del día siguiente.
Llamé luego al segundo colegio y mi llamada también fue transferida a la dirección del mismo. La directora se portó muy amable conmigo pero me dijo que sólo daban información si tenían la autorización de la familia. Ante mi insistencia y recalcando nuevamente el hecho de que me constaba que a Jake Bern se le había proporcionado numerosa información, me concedió la cita para el día lunes a la mañana.
Cuando corté me telefoneó la señora Hilmer para invitarme a comer a su casa. Acepté de inmediato porque recordaba lo buena cocinera que era. Cuando recorrí con la vista mi habitación, la ví tan desordenada que decidí acomodar un poco porque si a ella se le ocurría venirse hasta aquí, no tendría la mejor impresión de mí al ver eso.
Los periódicos de mi madre, que estaban todos desparramados por el suelo, los guardé en una bolsa de lona en el ropero y todo el resto lo puse en su lugar. Después pensé que si se producía un incendio podía perder la bolsa con todos los diarios que mi madre había guardado por tantos años, así que decidí llevarla conmigo.
Cuando la señora Hilmer me vio llegar con la bolsa, le expliqué que la había llevado para que le echáramos un vistazo juntas a los diarios y ver si encontraba algún nombre de alguien que aún estuviera en el pueblo. Me dijo que Joan Lashley, la chica en cuya casa había estado Andrea la noche que fue asesinada, se había casado y vivía en Garrison, a sólo 15 minutos de allí. Mientras tomábamos café la señora Hilmer revisó un poco los diarios y pude ver la horrible impresión que le causó hacerlo.
Cuando volví a mi habitación era ya noche cerrada y la señora me prestó una linterna para alumbrarme. Recorrí el tramo con bastante miedo y cuando llegué a mi casa encendí pronto todas las luces. Se veía ordenada como la había dejado, pero me llamó la atención que mi lapicera, que la había dejado a la derecha de mi PC, estaba del lado izquierdo. Me recorrió un escalofrío por todo mi cuerpo. Encendí la computadora para ver si me habían borrado el archivo del artículo que estaba escribiendo, pero continuaba allí. Lo último que había escrito era el cruce que había tenido en el estacionamiento con el hombre que me había acorralado y sugerido que me fuera, Yo había hecho una simple descripción física de él, pero habían agregado “peligroso y debe ser abordado con precaución máxima” Las piernas me empezaron a temblar. Fui al dormitorio para ver si notaba la falta de algo. Parecía todo igual pero la puerta del ropero que había dejado cerrada, se notaba entreabierta. En su interior tenía guardadas todas las joyas de mi madre, pero todas estaban ahí, no faltaba nada, por lo que presumí que lo que estaban buscando era información. Pensé en lo acertada que había estado al llevarme la bolsa con todos los diarios y decidí que al día siguiente fotocopiaría todo por las dudas. También me dí cuenta que la persona que había revisado mi agenda se había enterado de las dos reuniones que yo tenía concertadas en los dos colegios.
Al día siguiente muy temprano pasé por la casa de la señora Hilmer a contarle lo que había pasado y se ofreció para fotocopiarme todo en la biblioteca donde trabajaba como voluntaria. Además me dijo que fuera a vivir con ella porque esa persona podía regresar y no convenía que estuviera allí sola. También sugirió avisar a la policía.
Agradecí su gesto pero le dije que deseaba continuar viviendo donde estaba y que prefería no avisar por el momento nada a la policía. Lo que le solicité, en cambio, fue comunicarse con Joan Lashley y ver si podía ir a verla al día siguiente. Quedó que a mi regreso tendría seguramente su respuesta.


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