Mad, como acostumbraban
llamarla, hablaba con tanta tranquilidad que parecía que iba a contar la
historia de otra persona.
Comenzó diciendo que
todo había empezado hacía dos años en ese mismo departamento de París, que
solamente era conocido por ellos dos y que nunca había tenido teléfono. Fred,
que así se llamaba en realidad, se movía con otra documentación y por supuesto con
un nombre falso. Para los vecinos del
edificio éran un matrimonio que nunca se metía en problemas. Cuando lo mató, usó
el arma de Fred que tenía silenciador, para que no se oyera el disparo, porque
él siempre decía que cuando se liquidaba a alguien había que hacer el menor
ruido posible… salvo cuando arrojaba una bomba, porque en esos casos trataba de
que el acto tuviera la mayor repercusión posible, porque su objetivo era que la
gente entrara en pánico.
Agregó que sólo ellos
dos tenían las llaves del departamento y ella había tomado las de él y las
había puesto a buen resguardo, por lo que si en ese mismo momento la policía
decidía allanar el lugar, encontrarían el cuerpo de Fred tirado en el mismo
lugar donde le había dado muerte.
En el acto que habían
cometido, no había cómplices, es decir que había sido preparado sólo por ellos
dos, Fred y Mad… y no había sido el primero sino que había habido otros
similares.
El policía, cada vez
más sorprendido por lo que estaba escuchando, le dijo que continuara hablando y
agregó… ya me pude dar cuenta que él era un profesional y usted una mujer fuera
de lo común. Ella confirmó la profesionalidad de él aunque lamentaba la obsesión que tenía por las ideas
destructivas. Le contó que a pesar de tratar de disuadirlo de sus ideas durante
los dos años que estuvieron juntos, terminaba siempre haciéndole creer que el
que tenía razón era él… la dominaba desde todo punto de vista, moral y
físicamente.
Mad aceptó que lo amaba
profundamente y que si en ese último atentado no hubiera tenido esa desgracia
familiar estaba segura que aún estaría a su lado y él continuaría vivo, pero la
había puesto a prueba en eso y en escala de prioridades estaba primero su
propia familia, por más amor que sintiera por él. Ella siempre pensaba y sabía que la única
manera de librarse de su dominio era matándolo, pero si hacía eso no quería
seguir viviendo. En esta oportunidad no lo había hecho por lo mucho que ahora la
necesitaban su padre y su hermano.
El oficial Beilin le
preguntó si estaba creída que él la ayudaría si le seguía dando pruebas de su
franqueza y ella le confesó que sí, pero que lo haría no sólo por ella sino por
su familia, a quienes sería imposible explicarles que su hija y hermana había
sido cómplice de su desgracia… aunque seguramente algún día finalmente se enterarían.
Antes de continuar, el
oficial le recalcó que por más que ella lo hubiera matado para hacer justicia,
no tenía derecho a cometer deliberadamente ese asesinato… tendría que haber
esperado que fuera apresado por la policía y que ellos se encargaran de hacer
justicia tal vez matándolo y eso hubiera sido lo mejor para ella, pero Mad
insistía en que hubieran tardado años en hallarlo e incluso en identificarlo.
La joven comenzó a
contarle que la noche que lo conoció acababa de tener su última cita con un hombre
que trabajaba con ella, con el que estaba saliendo hacía tres meses. Era el
hombre que ella había soñado… entrado en años, pero colmaba todas las
expectativas que tenía respecto de la persona que deseaba para estar a su lado.
Sentía que había encontrado como un segundo padre, que además la hacía sentir
mujer. Estaba completamente enamorada y su único sueño era casarse con él y
consagrarle su vida. Pero esa noche le reveló que era casado y que tenía dos
hijos pequeños que aún necesitaban de él. Se retiró sin agregar ni una palabra
más y ella quedó sola en la mesa de un bar.
Frente a ella,
sentado en un taburete, había un hombre que la observaba. En un momento se
acercó a la mesa, se sentó y comenzó a hablarle. El joven la invitó a tomar una
copa de champagne para levantarle el ánimo y aunque ella al principio se
resistía finalmente ocurrió lo que a partir de ese momento ocurriría siempre,
terminó convenciéndola.
El hombre que
estaba ahora con ella era lo opuesto a aquél que hacía un momento la había abandonado.
Uno era todo refinamiento, el hombre que inspira confianza. En cambio este otro
era bastante desaliñado y tenía un aspecto muy descuidado. Pero a pesar de todo
ello, la fascinó su mirada… una mirada que no reaccionaba ante nada. Ahora bien
le podría decir que su mirada era la de un asesino, que no se conmueve ante
nada ni nadie. Y aunque le parezca mentira, oficial, me dio la impresión que
esa mirada me decía que esa persona se sentía inclinada a ayudarme…. Pero, cómo
se equivoca uno!
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