Ellie había proporcionado dos pistas de sospechosos posible: Rob, el
playboy y Paulie, el adolescente tímido. Mientras aguardábamos el resultado de
la autopsia de Andrea, el detective interpelaba a los dos jóvenes. Los dos
aseguraban no haber estado con ella esa noche. Rob insistía que había estado en
el cine y Paulie que se había quedado trabajando hasta más tarde en el taller.
El día del entierro de Andrea podía percibir las miradas de furia que
me dirigían todos. La familia de Rob se ausentó, pero los padres de Paulie
permanecieron en el lugar acompañando a su hijo.
La sensación de culpa que yo sentí en ese momento jamás me abandonó y a
lo largo de los años desperté muchas noches con la misma pesadilla: estoy de
rodillas sobre el cadáver de mi hermana, resbalo con su sangre y oigo una
respiración ronca y una risita muy aguda, reviviendo la escena de la noche
trágica.
Dejé a un lado mis pensamientos cuando olí que desde el comedor del
hotel llegaba un aroma delicioso y yo estaba hambrienta. Lo único que había
tomado era un café y tenía el estómago muy vacío. Cuando entré al comedor ya
casi no quedaba gente en él. Me senté cerca de la chimenea. Conversé un poco
con la camarera pero no quería que se dieran cuenta que era la hermana de
Andrea. Ese hostal me recordaba mucho a mi infancia. El último recuerdo que
tenía era cuando vino mi abuela a visitarnos y almorzamos todos juntos allí.
También recordé la pelea que habían tenido mis padres el día que enterramos a
Andrea.
Ese día, cuando volvimos a casa, estaba llena de gente. Las amigas de
Andrea, las de mi madre, los compañeros policías de mi padre. Joan, la amiga
íntima de Andrea, lloraba y no tenía consuelo. Yo era la única que estaba sola
y además, me sentía sola. Escuché que las personas que estaban en casa, decían
que, después de todo lo que había sucedido, necesitábamos descansar. Era una
forma de ir despidiéndose y retirarse a sus casas.
Mientras observaba todo esto, sonó el timbre de la puerta y llegó la
señora Dorothy Westerfield, que era la propietaria de la finca donde estaba el
garaje donde habían asesinado a Andrea, es decir, la abuela de Rob.
Se dirigió sin vacilaciones hacia mi madre y le expresó sus
condolencias, diciéndole que lamentaba muchísimo lo sucedido. Le contó que ella
también había perdido un hijo hacía muchos años en un accidente de esquí, por
lo que sabía de qué se trataba el sufrimiento que estaba padeciendo. De pronto
irrumpió mi padre, que evidentemente la había escuchado y le dijo que la
diferencia era que Andrea no había muerto en un accidente, sino víctima de un
asesinato, agregando que era muy posible que su nieto hubiera sido el asesino y
que, de hecho, se trataba del principal sospechoso. Así que le pidió que se
retirara de su casa. Sacó a relucir también, un robo ocurrido hacía algún
tiempo, en el que parecía que incluso había tenido algo que ver Rob
Westerfield.
Gritaba tanto y era tal su descontrol que mi madre se disculpó por él…
pero éste la hizo callar de inmediato. Y retrucó diciendo que en la policía
todos sabían que Rob estaba podrido hasta la médula… y volvió a echar a la
mujer de su casa. Todos se quedaron petrificados y nadie emitía ningún sonido.
La señora Westerfield, tomó la mano de mi madre, la apretó entre las suyas y se
dirigió hacia la puerta en silencio.
Mi madre, sin alzar la voz, le dijo que él estaba deseando que Rob
fuera el asesino, porque Andrea estaba loca de amor por él y eso no lo
soportaba porque la celaba demasiado. De haberle permitido que se vieran sin
oponer resistencia, obligándola a esconderse para estar juntos, todo lo
sucedido no hubiera ocurrido. Y continuaron discutiendo muy fuerte hasta que mi
padre, dando media vuelta, se retiró nuevamente a su estudio, donde estaban sus
amigos policías reunidos.
Esa noche mi abuela desistió de alojarse en casa. Mi madre durmió en la
habitación de Andrea y continuó haciéndolo durante diez meses, hasta que
finalizó el juicio, en el que ni siquiera el poderoso grupo de abogados que
había contratado la familia Westerfield, pudo salvar a Rob de ser declarado
culpable por el asesinato de Andrea.
Después del juicio la casa se vendió. Mi padre fue a vivir a Irvington
y mi madre, conmigo y mi abuela nos mudamos a Florida. Mi madre había trabajado
un tiempo como secretaria antes de casarse y consiguió empleo en una famosa
cadena de hoteles. Era muy capaz y diligente. Ascendió rápidamente y llegó a
ser una especie de mediadora en conflictos de todo tipo, lo que nos significó
mudarnos con mucha frecuencia a un hotel diferente de una ciudad diferente.
Pero la misma diligencia que utilizaba en su trabajo, la utilizó para ocultarle
a todo el mundo, excepto a mí, que se había convertido en una alcohólica, lo
cual hacía a partir del momento que llegaba a casa, sin descansar ni un solo
día. El alcohol la transformaba a veces en una malhumorada y otras en una
persona muy locuaz. En uno de estos arranques fue cuando me dijo lo muy enamorada
que seguía de mi padre.
Cursé mis estudios en Florida, los dos años siguientes en Luisiana,
sexto en Colorado, el siguiente en California y terminé la escuela primaria en Nuevo
México.
Mi padre nos enviaba puntualmente a principios de mes, la pensión por
alimentos. Los primeros años lo ví de vez en cuando y después de eso nunca más
supe de él. Andrea había sido su niña adorada y había muerto. Mientras tanto yo
seguía mortificándome por no haberles contado nunca del escondite de Andrea. El
amor que sentía por mi padre, con el tiempo se transformó en resentimiento.
Cuando comencé la universidad nos establecimos en California. Estudié
periodismo. Mi madre enfermó de cirrosis y murió seis meses más tarde de haber
obtenido mi licenciatura. Conseguí un empleo en Atlanta y me fui a vivir allí.
Mientras estaba comiendo en el hotel, pensé que Rob, además de matar a
mi hermana Andrea, había hecho algo más… le hizo dar un giro de 180° a mi
vida.
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