Ana hizo un esfuerzo sobrehumano y abrió el sobre dispuesta a leerlo.
El contrato estipulaba absolutamente de todo, como si ella fuera una cosa, no
una persona. Después de los términos fundamentales venían las funciones, la
vigencia y la fecha de inicio, la disponibilidad (que sería del viernes a la
noche hasta el domingo a la tarde, todas las semanas), la ubicación que sería
dispuesta por el amo, las actividades que realizarían, las palabras de
seguridad (amarillo para que la sumisa indique al amo que está llegando al
límite de resistencia y rojo para indicarle que ya no puede tolerar más
exigencias), por último la conclusión y terminaba con la firma de cada uno al
pie.
En el Apéndice I seguían las normas respecto a la obediencia, el sueño,
que no podía ser inferior a 8 horas diarias cuando el amo no esté, la comida
que estipulaba todos los alimentos que debía ingerir, la ropa que no podía ser
otra más que la aprobada por el amo, el ejercicio físico con un entrenador
personal cuatro veces por semana, la higiene personal y la belleza (que contemplaba
la visita al salón de belleza estipulado por el amo para someterse a cualquier
tratamiento que considere oportuno), la seguridad personal no debiendo correr
riesgos innecesarios, fumar poco, tomar poco y por último el respeto y la
humildad que debía demostrar en todo momento que estuviera en su presencia. La
violación de cualquiera de estas normas implicaría un castigo a determinar en
el momento.
El Apéndice II hablaba sobre los límites que no se podían pasar, que él
llamaba límites infranqueables, a saber: actos con niños o animales, con fuego,
con agujas, cuchillos, con instrumental médico ginecológico, relacionados con
el control de la respiración, contacto directo con corriente eléctrica, fuego o
llamas en el cuerpo, actos con orina, defecación o excrementos.
El Apéndice III eran los límites que el amo consideraba tolerables a
convenir entre las partes y en ellos se refería a los castigos que estaba
dispuesta a tolerar, vendaje de ojos, mordazas, ataduras, vibradores, tipos de
penetración, azotes, latigazos, pinzas genitales, cera caliente, otros métodos
de dolor. Y ella no puede tocarlo.
Ana aleja el texto y la cabeza le da vueltas. No puede creer lo que
está leyendo.
A Ana le da mucha rabia que el único hombre que le ha gustado en su
vida, llega a ella con semejante contrato. Le atrae, le atrae muchísimo y lo
desea pero es demasiado. Piensa que por suerte hay cláusulas que le permiten
discutir los puntos antes de aceptarlos.
Al día siguiente RECIBE una laptop de regalo y Ana no se da cuenta que
es para tenerla permanentemente controlada. La carcome una pregunta ¿porqué es
así él? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven?
Deja el contrato a un lado y comienza a embalar las cosas de su
habitación. Cuando levanto la mirada Christian está parado en la puerta de su
cuarto. Maldita Kate que lo ha dejado entrar sin pedirme permiso. Cuando me
permito darme cuenta… ya me está poseyendo…. y es increíble.
Es la primera vez que traigo un hombre a mi casa y la he pasado muy
bien, pero ahora me siento como un vaso vacío que se llena a su antojo. Él no
puede, no le interesa o no quiere ofrecerme nada más, pero yo quiero mucho más.
Christian me invita a cenar la noche siguiente y se va. Cuando me voy a
dormir en mi bandeja de entradas tengo un e-mail donde me dice que está
impaciente esperando mis notas sobre el contrato.
Le contesto también con un e-mail donde le detallo una larguísima lista
de objeciones.
Su respuesta me tranquiliza porque al menos está dispuesto a negociar
mis objeciones.
Kate me presta un vestido para salir esa noche a cenar con Christian…
negociaremos el contrato.
Cenamos en un comedor privado del hotel donde él se encuentra alojado.
Le digo que la vigencia del contrato será de un mes y que además necesito
un fin de semana libre. A Christian un mes de vigencia le parece demasiado
poco, teniendo en cuenta el fin de semana libre que le exige. Finalmente Ana
cede que la vigencia sea de tres meses. Pero ella también exige y quiere saber
porqué no lo puede tocar a él y porqué no puede tampoco dormir con él en su
cama. Piensa que es por la Sra.Robinson, que es quien lo inició en el sexo a
los 15 años, pero por única respuesta le dice “porque no”.
Cuando terminan de cenar Ana se prepara para retirarse porque sabe que
si dilatan un poco más la tertulia terminarán en su habitación y ella no
quiere. Han discutido mucho sobre las normas y las exigencias y aunque siente
por él una atracción increíble, tiene miedo. Además al día siguiente es la
ceremonia de la entrega de títulos y debe marcharse.
Christian le pide que se quede, ella insiste en irse. Él le señala que
cuando la conoció pensó que era una sumisa nata, pero que ahora se está dando
cuenta que no tiene madera de sumisa. Cuando se le acerca, le pasa el pulgar
por el labio inferior y le dice: No sé hacerlo de otra manera, Anastasia, soy
así.
La acompaña al estacionamiento y cuando ve el coche de Ana dice
horrorizado ¿ése es tu coche?Sí Christian, éste es mi coche y ni se te ocurra
comprarme uno.
Ana sube al auto y mientras se va alejando comienza a llorar. No sabe
bien porqué llora. Hemos hablado mucho. Él ha sido claro, pero me desea y yo
necesito más, pero en el fondo sé que no es posible y eso me abruma. Si lo
aceptara y una noche saliéramos no sabría cómo presentarlo. No podría
presentarlo como mi novio. Además no me dejará dormir con él, porque no ha
dormido nunca en su cama con ninguna mujer ni tampoco me permitirá tocarlo. No
me parece que éste sea el futuro que quiero para mí. Por otra parte si le digo
que sí y dentro de tres meses él dice que no, me habré involucrado
sentimentalmente y habré hecho cosas que no estoy segura que quiera hacer y
luego deberé tirar todo por la borda. Prefiero retirarme ahora y de paso
mantendré mi autoestima más o menos intacta. Pero por otro lado la idea de no
volver a verlo me destroza. No sé qué hacer.
Cuando Ana llega a su casa tiene un e-mail en la bandeja de entradas.
Christian le dice que en verdad desea que esa relación funcione y que debe
confiar en él. Cuando lo lee se larga a llorar. Piensa en cuantas veces le
advirtió que se mantuviera lejos de él, porque no era un hombre para ella, que
él no tenía nunca novias, que no era un hombre que mandara flores, que no hacía
el amor y que lo hacía de esa manera porque no sabía hacerlo de otra. Y Ana
piensa… Yo tampoco sé hacerlo de otra manera. Tal vez juntos podríamos
encontrar un camino distinto.
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