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miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA ASESINA - ULTIMA PARTE






Estaba angustiada... me quedé encerrada en mi habitación pensando en qué pasaría mañana miércoles, cuando Gilles llegara para darme su clase. ¿No le vaciaría el cargador del arma que tenía guardada para defender nuestra casa?
Lo primero que haría sería avisar a Gilles que no viniera a la villa a darme la clase, pero... cómo? Si lo llamaba por teléfono corría el riesgo de que me atendiera su mujer. Decidí levantarme temprano e ir al colegio donde daba clase y esconderme con mi auto para esperar que llegara con su bicicleta.
Cuando amanecía fui a sacar mi Jaguar del garaje y noté que Paco no había regresado aún. Arranqué a toda velocidad, cada vez con mayor preocupación.
Me paré delante del colegio. No llevaba ni peluca ni lentes, pero los vidrios polarizados impedían que alguien me viera desde afuera.
Finalmente apareció Gilles, pero a pie como todos y pasó a mi lado sin verme, absolutamente distraído. Lo llamé y subió a mi auto, asombrado por verme allí. Me alejé unos doscientos metros del colegio para que no nos vieran hablando y le dije que no debía volver a la villa, porque mi hermano lo quería matar cuando se enteró que estaba decidida a casarme con él. Gilles me dijo que era todo demasiado rápido y que no debía haberle contado eso. Le aseguré que estaba loca de amor por él y que lo mejor sería que nos fuéramos en ese mismo momento a cualquier lado. Gilles se preocupó porque Clarisse todavía era su mujer y había rechazado la idea del divorcio, por lo que le dije que la única solución era matarla.
Él se negó rotundamente a cometer un asesinato y mucho menos tratándose de su esposa. Intenté persuadirlo por las buenas. Había llevado conmigo unas pastillas a base de arsénico que no dejaban ningún rastro en el organismo, por lo que en caso de autopsia nadie se daría cuenta y pasaría por una muerte cardíaca.
Le conté que las pastillas me las había preparado hacía mucho tiempo un amigo de mi marido y Gilles quiso saber si las había comprado con la idea de matarme o con la intención de matar a otra persona. La verdad era que, ante el temor que la policía me arrestara por complicidad en la muerte de mi marido, prefería suicidarme. Ahora que ya lo sabes todo, toma, llévate algunas pastillas para empezar a probarlas esta noche con Clarisse. Debes ponérsela en la bebida que tome. El efecto es muy rápido. Me han dicho que un solo comprimido es suficiente.
Gilles me miró a lo ojos y me dijo: Sabinne, por maravillosa que haya sido nuestra relación, me marcho, no quiero que nos volvamos a ver, eres un monstruo! y se marchó corriendo hacia el colegio.
Esta vez loca de rabia, partí a toda velocidad hacia mi casa. El coche de Paco aún no estaba. Seguramente estaba maquinando la forma en que le daría muerte a Gilles... aún ahora sin saber que todo había terminado. Pero a pesar de lo que había pasado con Gilles, continuaba siendo mi único y gran amor y no quería que Paco acabara con su vida. Yo estaba convencida en que lo recuperaría y que volvería a mí a pesar de la discusión que habíamos tenido. No volvería a decirle más nada sobre Clarisse y llegado el momento yo misma me ocuparía de sacarla del medio sin que él sospechara nunca de mí.
Pero previamente debía ocuparme de eliminar en forma urgente a Paco, que en este momento era el verdadero peligro. Así que decidí que cuando Paco volviera, fingiría una nueva reconciliación y volveríamos a brindar con el champagne rosado como solíamos hacerlo en otras épocas y allí volcaría los comprimidos que había querido usar para terminar con la mujer de Gilles. Y en las burbujas del champagne mi hermano desaparecería sin lanzar ni un solo grito.
Una semana más tarde volví a la puerta del colegio, pero esta vez con un coche sencillo que había alquilado para pasar desapercibida. Cuando lo ví llegar a Gilles, lo llamé y alejé el auto del colegio unos metros, como la vez anterior, para que no nos vieran.
Allí le conté que Paco había muerto de una crisis cardíaca. Pero mi forma de anunciarle la noticia y mi aparente despreocupación, hicieron que sospechara, hasta que le conté que como Paco tenía el propósito de matarlo, yo había preferido hacerlo desaparecer a él, para salvarlo.
Luego le dije que me ausentaría unos días para acompañar los restos de mi hermano a Viena, pues deseaba que descansara en la tumba junto a nuestros padres y traté de mostrarme amigable cuando le hablé nuevamente de Clarisse. Le propuse ofrecerle la instalación de un gimnasio con todos los equipos necesarios, pero en otra ciudad, convencida que aceptaría y se marcharía, pero que lo volveríamos a hablar más tranquilamente cuando ella se fuera con sus alumnas a la colonia de vacaciones. Por toda respuesta, Gilles dijo: ¡Eres terrible, Sabine! Y yo sabía que justamente por eso me amaba tanto!
Cuando volví a mi casa, devolví el auto alquilado y corrí al salón que daba a la espaciosa terraza y que yo había transformado en una especie de capilla ardiente para Paco. Pero no se trataba de una capilla llena de velas, candelabros y flores... en realidad había hecho como una especie de bar, repleto de botellas de champagne y taburetes distribuídos en círculo alrededor del ataúd. Las ventanas estaban todas abiertas y también las puertas para permitir la entrada de visitantes que desearan recogerse ante el cuerpo de Paco... pero, aparte de mí, sólo los sirvientes se acercaban de tanto en tanto y nadie más se hizo presente. 
Sentada en uno de los taburetes como si fuera en un bar, le confié a Paco todo lo que tenía en mi corazón. Aunque él no podía hacerme preguntas, yo sabía que él me escuchaba muy bien, tendido en el ataúd y que aprobaba lo que había hecho, ya que al casarme nuevamente con el hombre que adoraba, él había perdido su lugar de privilegio junto a mí.
Otto se ofreció a acompañarme a Viena, pero le dije que prefería que se quedara en nuestra casa con Amalia, para cuidar la villa. El trayecto en el furgón hasta Austria en compañía de esos dos hombres de negro, fue un verdadero calvario. Me sentía triste por haber perdido a mi hermano, pero no tenía remordimientos. Yo entendía que le había dado a Gilles una asombrosa prueba de amor.
Diez días más tarde regresaba a Niza y a Las Lilas Blancas. Amalia me entregó una carta que había llegado en mi ausencia. Me retiré a mi habitación porque tenía prisa en abrir el sobre. La carta no era demasiado extensa pero muy explícita como para hacerme desfallecer de estupor.
"Estimada señora: Junto con mi esposa le damos nuestras condolencias por la pérdida sufrida. Sabemos lo que su hermano representaba para usted. Le damos nuestras condolencias por carta porque a su regreso no se la podremos expresar de viva voz. Así es, tras una espera muy larga, luego de un pedido que hicimos a la Dción.del Personal de Educación Nacional, nos acaban de informar que a mi esposa y a mí nos han nombrado en el liceo francés de Bogotá, a título de cooperación internacional, para difundir la cultura francesa en América latina. Debido al incumplimiento de otros profesores, debemos abandonar Francia en el término de tres días, para ocupar nuestros puestos con urgencia... educación física mi esposa y literatura e historia en mi caso. Nos sentimos orgullosos por esto pero también nos entristece a Clarisse y a mí, separarnos tan rápido de una amiga como usted. Le ruego acepte el homenaje de su ex profesor y el agradecimiento de mi esposa por la maravillosa velada vivida en Las Lilas Blancas en su grata compañía y en la de su hermano. Su devoto Gilles Pernaud"
Ya no tengo ninguna razón para conservar esta carta. La romperé y la arrojaré al cesto.
Me sentía desorientada, decepcionada, asqueada... Ojalá lo hubiera matado a él también... Comprendí que me había comportado como una imbécil. Y lo peor era que todo eso me impulsó a eliminar al pobre Paco, cuya presencia ahora hubiera sido tan saludable para mí. Tenía motivos para ceder a la desesperación y eliminarme. Previamente volví al colegio a verificar si era verdad lo que decía la carta y pude comprobar que era cierto. Cuando volví a mi casa me encerré en mi habitación con una botella de dos litros de champagne, a la que siguieron otra y otra más, durante tres días seguidos.
La amarga lección recibida, me curó del deseo de hacer otras conquistas. Había cambiado físicamente y estaba espantosamente demacrada. Decidí entonces que debía salvar el último capital humano que tenía, que era mi deslumbrante belleza y me dedicaría a esa tarea. Era el único bien que amaba de verdad. El resto, incluído el dinero, ya no contaba... Y había también otro trabajo que debía hacer y que ocuparía mi ahora inmensa soledad... narrar todo lo vivido desde mi infancia húngara... las falsas alegrías y las decepciones, debidas a mi ambición y a mi sed de lujo. Mi fortuna la legaré a una obra, porque no tengo herederos, así que cuando termine la redacción de mis recuerdos, iré a ver a un notario y a él le confiaré también el manuscrito.
Ya hace un año que me dediqué a esta tarea y a veces me pregunto si Joseph y Paco me estarán observando. Cuando termine el manuscrito se lo llevaré al notario con el testamento. Luego regresaré sin nada que hacer en este mundo donde empiezo a aburrirme espantosamente. Y cuando crea que ha llegado la hora, tragaré sin vacilación uno de esos comprimidos que conservé cuidadosamente. Antes de eso pondré en mis orejas las dos perlas sublimes y en mi anular izquierdo el brillante de bodas que me obsequió Joseph y exigiré mediante un escrito a Otto y Amalia, ser inhumada con estos adornos.
Creo haber contado lo suficiente y no esperaré mucho tiempo antes de ir a reunirme con quien fue mi único marido.
La tumba donde descansan los restos del matrimonio desaparecido está en Cannes y es de extrema sencillez, reducida a una lápida con los dos nombres grabados: Sabine y Joseph Kelmann, seguidos por las fechas de nacimiento y muerte respectiva. Un poco más abajo y en letras pequeñas dice: La muerte es un comienzo. FIN

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