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viernes, 13 de septiembre de 2013

LA ASESINA - PARTE 11







Durante los años siguientes hice lo que Paco me había aconsejado y me contenté con aventuras efímeras y aunque de alguna manera me satisfacían, no era feliz. Tenía necesidad de otra cosa, pero no podía precisar de qué. A medida que pasaban los años el vacío de mi alma se acrecentaba, pero nunca se lo revelé a nadie... ni siquiera a Paco, que continuaba velando por mí, convencido que era mi alegría de vivir. Era enternecedor!
¿Pero a qué se debía esa eterna insatisfacción mía? Mi fortuna se acrecentaba gracias a las inversiones que mi hermano sabía hacer. Una de las primeras operaciones que hizo, fue la venta del yate. En sólo dos meses se deshizo de él y lo vendió al mismo precio que había pagado Joseph cuando lo compró, más lo que había invertido en el reacondicionamiento. Unos tres millones de dólares.... sin dudas, una venta muy exitosa.  Ese dinero se ha estado reproduciendo desde entonces y conforma un buen colchón de seguridad para el futuro.
El Bentley lo cambié por algunos Mercedes y en la actualidad tengo un Jaguar, con capó de Daimler, siempre conducido por mi fiel Otto.
Con respecto a mi casa, en diferentes oportunidades y por períodos más o menos largos, me ausenté de la costa... siempre acompañada por un hombre distinto. A Paco nunca lo llevé conmigo. Desde lo que me había pasado con Thierry, ponía mucha atención en la elección de mis amigos y no volví a pasar por una situación parecida. Casi siempre pagaba yo y prefería que fuera así para mantener mi total independencia y libertad. Sería una desagradecida si intentara quejarme, ya que pasé un lapso muy largo de desenfrenada existencia, a pesar de que esto no me hizo feliz.
Paco ya había llegado a los cincuenta años y yo tenía cuarenta, pero representaba bastante menos, al igual que Paco.
Cuando volvía de mis viajes nos encontrábamos a solas en la terraza de Las Lilas Blancas para hablar y ponernos al día en nuestras cosas. Una de esas noche, tras uno de esos largos silencios que a veces teníamos, mi hermano me preguntó si me sentía mal porque me veía la cara de una mujer hastiada de todo. Decididamente Paco me conocía muy bien!
Continuó diciendo que tal vez debería estar más ocupada para distraerme y me sugirió desarrollar mi cultura general.
Me contó que conocía a un hombre que le gustaría presentarme. Este hombre trabaja en el banco y como sabe varios idiomas está en la entrada, atrás de un escritorio, para recibir a los clientes extranjeros. Es muy amable aunque está lejos de ser un Adonis. Tiene mediana edad, tiene barba entrecana corta, anteojos, término medio de altura y el aspecto de un hombre del montón. Es profesor de francés y de historia en un instituto privado y actualmente está de vacaciones. Se llama Gilles Pernaud. Está casado y su mujer Clarisse es profesora de educación física. Como termina en el banco a las cuatro de la tarde, se me ha ocurrido que podría venir a darte clases particulares, para ampliar tus conocimientos en el aspecto literario e histórico. Esas horas de clase por semana te distraerían bastante. Se maneja en bicicleta y aceptaría venir en ella hasta aquí. Le contesté que iba a probar y que si me gustaba seguiría adelante con la idea.
Paco arregló con el profesor y comenzaría al día siguiente. Cuando lo ví me pareció un hombre apuesto. Sus ojos tenían una mirada muy dulce y tenía un andar bastante elegante. Su voz era agradable, con un dejo de timidez que le daba encanto. Cuando me saludó se inclinó suavemente.
Nos dirigimos a la terraza a brindar con una copa de champagne. Me contó que hacía quince años que estaba casado y que su esposa era profesora de educación física en dos institutos privados.
Paco no me había mentido... el profesor era apasionante y no tenía la menor pedantería. Ambos lo escuchábamos fascinados por su erudición. Finalmente dijo que ya se le había hecho tarde y que debía retirarse, disculpándose por desistir a la invitación que le hicimos para que cenara con nosotros. Antes de partir quedamos en que vendría tres veces por semana y las clases serían de dos horas. El profesor ignoraba que Paco era mi hermano. Lo acompañamos hasta la verja y allí nos saludó, montó en su bicicleta y se alejó silenciosamente.
Tendida en mi cama la silueta de ese profesor ocupaba todos mis pensamientos. Era sorprendente que todavía existiera un hombre semejante. Un hombre aparte, como nunca lo había conocido en mi existencia estéril. Un hombre junto al cual me sentía ignorante, que tal vez era el que yo necesitaba para ayudarme a salir del mundo en el que vivía hacía veinte años.
Pensé que tal vez lo que me faltaba para que mi felicidad fuese completa, era la presencia junto a mí de un hombre como ese.  Creo que después de conocerlo, me enamoré de él, precisamente a partir de ese momento. Yo amaba mucho a Paco, pero era mi medio hermano. 

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