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viernes, 8 de noviembre de 2013

PIDO PERMISO PARA NO HACER NADA

 
 


No debemos vivir acelerados, porque a la larga nos trae consecuencias negativas. Debemos tomarnos nuestro tiempo para hacer las cosas y no olvidarnos de incluir en el listado los momentos de ocio.
El planteo es retornar a los tiempos de nuestros abuelos, en el que no había tantas presiones.
La gente vive tan apresurada que parece que todos están siempre a punto de explotar. Hasta el más pacífico de los seres, en un embotellamiento de tránsito, es capaz de cualquier cosa.
Vemos todos los días cómo aumentan los casos de estrés, depresión, obesidad, ansiedad, la dificultad de las personas que están solas para encontrar una pareja y, en el lado opuesto, los fracasos de los matrimonios. Parecemos el "correcaminos" y esta cultura está acabando con todo, empezando con la salud y terminando con el medio ambiente.
Se trata ni más ni menos que de aprender a poner un poco de orden en las prioridades... ocuparnos de las cosas más importantes y aplazar todo aquello que no sea de inmediata solución. Ojo porque a veces hacer las cosas rápido es una forma de alejar de nuestros pensamientos cosas más profundas que están pendientes de resolución.
Cuando se vive demasiado rápido no se vive, apenas se sobrevive, por lo tanto es prioritario organizarnos.
Para empezar con la desaceleración comencemos por desconectar los teléfonos y la computadora algunas horas durante el fin de semana, caminar en lugar de salir con el auto, cocinar en vez de pedir la comida a un delivery, tomarse un tiempo para estar en silencio y meditar, escribir, pintar y luego que cada uno vea personalmente qué es lo que más le gusta hacer, para no hacer nada o por lo menos para sentir que no está haciendo nada.
Si del sexo se trata, podemos aprovechar para retomar los viejos rituales: encender velas, poner música y bañarse juntos.
Hay personas, yo diría que las más, que aún en el tiempo libre hacen todo aceleradamente y no saben cuándo parar.
El tiempo libre es esencial para gozar de una vida plena y sana, pero a velocidad reducida... como se suele decir, a media máquina. Estos tiempos, si lo hacemos como corresponde, son los que nos permitirán recargar nuestras baterías mentales, físicas y espirituales.
Aunque parezca fácil hacer ocio, no lo es tanto, porque el verdadero ocio implica no hacer absolutamente nada, ni siquiera pensar, pero es muy difícil tener la mente en blanco, de manera que se precisa cierto adiestramiento para llegar a lograr eso. 
Cuando por fin encontramos nuestro ritmo, se aflojan las tensiones y desaparecen las contracturas, somos más creativos porque nuestra mente está despojada de compromisos y nos sentimos con más optimismo y energía para hacer lo que nos proponemos.
Definitivamente, bajar la velocidad nos trae calma interior y esto es bueno para la salud mental.

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