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miércoles, 2 de octubre de 2013

TRISTEZA, SOLEDAD Y SUICIDIO

 
 
 
 
Una de las causas principales de muerte violenta, es la voluntad de finalizar con la propia vida. En esto no influye ni la lluvia ni los domingos... ambos son incapaces de dar lugar a semejante desenlace.
En la mayoría de los casos y sobre todo en el sexo masculino, se debe a una fuerte depresión debida a la desesperanza, la soledad, alguna enfermedad crónica o con pronóstico desalentador, el desempleo, las decepciones afectivas, el fracaso escolar y los diagnósticos psiquiátricos (como esquizofrenia o bipolaridad sobre todo).
Las adicciones incrementan el riesgo, pero lo curioso es que cuando las personas toman esa decisión, dan advertencias, dejan indicios y a veces hasta hablan de su propia muerte.
Por cada uno que consigue lograr su objetivo, hay otros veinte que no lo hacen y se provocan traumas, lesiones y hospitalizaciones.
Los dos picos importantes son: entre los 15 y los 25 años y después de los 65. La mayoría de ellos son personas depresivas sin tratamiento adecuado, por no haberlo iniciado nunca o por haberlo abandonado. También se suman a este grupo de riesgo los viudos recientes, los desempleados y los que, impulsados por una dosis aguda de alcohol o una droga, toman la decisión sin siquiera haberla planeado.
Tomar la decisión de matarse no es algo que se haga de repente, al contrario... se trata de un lento proceso que empieza cuando la vida parece que ya no tiene sentido y llega un momento en que el agobio es tan insoportable que la decisión se lleva a cabo. Además es siempre por una suma de cosas... difícilmente se trate de un motivo solamente.
La mayoría preferimos no tocar el tema, pero nos pasa a todos que en algún momento pensamos que con la muerte podemos poner fin a lo que nos preocupa. La diferencia está en darse cuenta y saber que la toma de esta decisión puede prevenirse, gracias a la existencia de las redes de contención afectiva y ayuda profesional.
Aunque muchos no lo saben, el suicidio es prevenible y previsible. Para prevenirlo hace falta la participación familiar y de la comunidad. Por eso es muy importante ver las señales o los síntomas que nos pueden alertar sobre una posible actitud suicida.
El suicida elige morirse para terminar con un dolor que no puede soportar, no por la muerte misma.
Entre las señales que nos dan indicios de la intención al suicidio, están: el descuido personal, el aislamiento, abandono de trabajo o escuelas, mensajes en las redes sociales relacionados con la desesperanza, tendencia a hablar sobre la muerte e incremento del consumo de drogas o alcohol.
No debemos subestimar a quien nos dice que va a quitarse la vida, pensando en que aquellos que lo pregonan después no lo llevan a cabo. La realidad es que el suicida avisa e intenta llamar la atención, pero como es difícil aceptar que alguien tome la decisión de quitarse la vida, preferimos no darle crédito.
Es beneficioso hablarle al suicida sobre la muerte. Esto lo alivia, lo saca de su aislamiento y probablemente lo ayude a exteriorizar algo de lo que le está pasando. Se debe consultar con especialistas, no relativizar el riesgo, seguir los consejos estrictamente y quitar del alcance objetos que engendren peligro de daño físico. Los pasos a seguir para, por lo menos, intentar que un suicida abandone su idea, son: la internación, medicación, psicoterapia, reuniones con los familiares y tratamiento con estricto control de la evolución.
Es preciso que quien convivía con alguien que se ha suicidado, lo elabore, porque si no lo hace le cuesta mucho remontarlo, no puede soportar la ausencia y sobreviene el efecto contagio.
 
 


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