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domingo, 11 de agosto de 2013

¿QUIEN DIJO QUE LA VIDA ES COLOR DE ROSA?

 
 
 
 
A partir de situaciones dolorosas o conflictos, surgen los sentimientos negativos. Para transformar el malestar y el pesimismo en experiencias productivas, primero tenemos que ser realistas y aceptarlos como parte de nuestra propia vida.
¿Quiénes de nosotros no hemos tenido sentimientos de tristeza, miedo o rabia? Si no fuera así estaríamos en un problema, porque son sentimientos comunes y universales. Ahora, que sean comunes y universales no quiere decir que sean saludables y buenos, pero tienen que estar allí.
Por ejemplo, no podríamos vivir con un nivel de ansiedad cero, porque seguramente tendríamos problemas, pero cuando el temor, la ansiedad y el nerviosismo son excesivos y aparecen siempre frente a una dificultad, es peor, porque nos pueden enfermar, nos paralizan y podemos tener una conducta ineficiente.
La realidad es que tenemos que encontrarles el costado positivo a los sentimientos negativos. En lugar de permitir que el miedo, la rabia, la tristeza, etc, nos afecten, debemos ver cómo nos pueden ayudar cuando algo nos sale mal... racionalizar y ver si nos tenemos que enojar mucho, más o menos o poco. Tenemos que hacer un análisis del motivo del enojo, fijarnos qué lo causó y a partir de ahí intentar solucionarlo y no dejarnos llevar por los impulsos que son los que nos hacen mal. Admitamos que muchas veces nuestros enojos son desproporcionados con la magnitud del problema.
Cuando tenemos una dificultad que nos produce un sentimiento negativo, pueden pasar dos cosas: o buscamos un culpable o hacemos frente a la realidad e intentamos encontrar alternativas para no caer en un estado de nerviosismo excesivo. El único objetivo es lograr que nuestra calidad de vida sea lo mejor posible. Éste sería el costado positivo del que hablé un poco antes, porque esta actitud evita que nos genere estrés.
Sin embargo, muchas personas no se dan cuenta de que tienen esta posibilidad de elegir y se dejan llevar por la irritabilidad, porque es lo más natural. No se dan cuenta que pueden decidir no hacerse mala sangre y evitar sentimientos perturbadores.
Por ejemplo, es necesario que las personas sepan la diferencia que hay entre preocuparse y tener miedo. Si alguien va a dar un examen para ingresar a un empleo, es lógico que esté preocupado por el rechazo o el fracaso. Pero en este caso la preocupación lo ayudará a actuar de manera competente. En cambio si la persona lo que tiene es miedo de salir mal por el qué dirán y por la necesidad de ser aceptada siempre por los demás, su actitud lo llevará al miedo y con él a la frustración.
Poder manejar los sentimientos negativos en nuestro beneficio, nos hará actuar y sentir mucho mejor.
Hay que aprender a afrontar los conflictos en vez de evitarlos. Saber que los conflictos son parte de nuestra vida y que las contrariedades son de alguna manera un estímulo para desarrollarnos, cambiar y crecer. No culpar a los demás de las cosas desafortunadas que nos pasan. Evitar los sentimientos extremos, tales como: reprimirnos o explotar... aprendamos primero a escuchar, dialogar y entender a nuestro interlocutor, dándole la posibilidad de que se desahogue como lo haríamos nosotros.
Sin duda, todo esto es un verdadero desafío... pero créalo que vale la pena.

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