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domingo, 25 de agosto de 2013

LA ASESINA - PARTE 1

RELATO DE LA NOVELA DE GUY DES CARS
 
 
 
 
 
Me sorprendió la llamada del notario para pedirme que pasara por el estudio. Debía enterarme de lo dispuesto en el testamento de una persona fallecida hacía diez días, en Cannes, de nombre Sabine Kelmann. Nunca la había oído nombrar, pero sí conocía el estudio del notario.
Dos días después me encontré con él en su estudio. Me dijo que estaba encantado de conocerme y que había leído varias de mis obras. Me preguntó si conocía a Sabine Kelmann a lo que le respondí que jamás había oído hablar de ella.
El notario me explicó que en la última visita que le había hecho esta persona, le había dicho lo mucho que admiraba mi obra. Me contó que había muerto a los cuarenta y cuatro años y que no tenía ni herederos directos ni parientes cercanos, heredando su fortuna total, una obra bastante especial... y yo recibía el legado de un manuscrito.
Ante tal confesión pensé que se trataba de una broma, pero el notario insistió que la señora Kelmann consideraba ese manuscrito como un hermoso obsequio. Obviamente entendí que se trataba de una apreciación muy subjetiva de la señora.
Cuando le pregunté si había muerto de alguna enfermedad, me dijo que no, que por el contrario la última vez que la había visto se mostraba muy bien, que era viuda hacía veinte años, con mucho dinero y extremadamente elegante y seductora. Por fin me dijo que se había suicidado y que tal vez descubriera la razón cuando conozca el manuscrito que sólo yo estaba autorizado a abrir y leer. El notario me leyó solamente la parte que me incumbía. Lego al escritor, a quien no conozco pero he leído muchas de sus obras, el manuscrito con mis recuerdos que he redactado el año que acaba de terminar. Lo he escrito más que nada para permitir que me conozcan aquellas personas que me han juzgado de manera superficial sin siquiera imaginar la verdadera mujer que he podido ser. Añadía que en caso de que yo no considerara la posibilidad de no editar el manuscrito, que lo quemara en presencia del notario, sin revelar a nadie su contenido y que si lo editaba el dinero para el pago de impuestos y gastos de lanzamiento se encontraba depositado en un banco de conocimiento del notario.
Le pregunté al notario si podía conocer cuál era la obra beneficiaria de la totalidad de la fortuna y me explicó que estaba destinada para ayudar a ex convictas sin dinero el día que fueran liberadas... es decir, una especie de seguro social para ex criminales. No pude menos que pensar que tal vez ella misma tal vez estaba purgando de esa manera algún crimen cometido y del que hubiera salido impune.
Previo a la lectura del manuscrito pedí conocer el rostro de la mujer para hacerme una idea aproximada de su personalidad. Me entregó una fotografía que había salido en un diario, pero se la veía muy bien y seductora. Llevaba lentes oscuros, un traje blanco clásico, chaqueta escotada que mostraba un busto opulento, pollera corta y medias de seda negra. Collar de perlas negras y enorme brillante en su dedo anular izquierdo. Por último, su cabellera rubia y el sombrero de ala ancha que llevaba, le daban el toque de una verdadera mujer fatal.
Finalmente decidí llevarme la obra y firmé el documente de descargo que el notario me entregó. Comencé su lectura cuando llegué a mi casa y al amanecer había terminado la última página. Me dormí en medio de los deseos insatisfechos, calculados amores y crímenes premeditados por esta excepcional millonaria. Todos los hombres que desdichadamente se cruzaron en el camino de esta mujer, para ella fueron sólo presas. Realmente una asesina! Y ahí estaba el título de la novela... La asesina. Nada más apropiado para describir su personalidad.
Al día siguiente llamé al notario para transmitirle que editaría el libro, que me había parecido muy interesante y que podría tener un resultado final muy curioso. Dimos por terminada la comunicación y le dije que no sabría más nada de mí hasta el día que terminara la novela.
Sabine decidió comenzar a contar su historia el día que enterraron a su marido en el cementerio de Cannes, donde un tiempo antes ya había comprado una parcela con dos lugares -para ella y su esposo-  porque le parecía un hermoso lugar para un descanso definitivo.
Y Sabine comenzó su relato.
En las exequias de mi esposo participó una multitud , no por la cantidad de amigos que tuviera el difunto sino por la cantidad de dinero y adulones que tenía a su alrededor.
Terminado el entierro y ya de regreso en la casa, me encontré allí en compañía de Paco.  Paco, ante el entorno, había sido siempre nuestro fiel administrador y persona de confianza para mi esposo y para mí, pero la realidad era que Paco era mi medio hermano. Aunque mi marido lo sabía jamás quiso que ese secreto fuera revelado.
Paco, cuyo verdadero nombre era Frantz, era un muchacho reservado, poco conversador y prudente y disfrutaba, siendo nuestro administrador, de la situación confortable que le podía brindar su hermana, casada con un multimillonario. Había nacido en Budapest de una aventura de mi madre en su juventud. Su padre no lo reconoció por lo que mi madre lo tuvo que criar durante diez años sola, hasta que se casó con mi padre, que le dio su apellido y se transformó en mi medio hermano, cuando yo nací al año siguiente, también en Budapest. Mi nombre era Nadia, pero así como le cambié el nombre a Paco también cambié el mío por Sabine, simplemente porque me gustaba más. Cuando tenía dieciocho años y Paco diez más que yo, nuestros padres murieron de cólera, quedamos huérfanos y nos fuimos a vivir a Francia. El conocimiento del francés y el alemán a la perfección, nos ayudó a que a poco de llegar los dos consiguiéramos buenos empleos en sendos hoteles de Montecarlo. Pero seguíamos manteniendo el apartamento familiar que habíamos alquilado al llegar y guardábamos para una emergencia que se nos pudiera presentar, dos pendientes de mucho valor legados por nuestros padres, que los habían recibido de una condesa por haberle dado asilo durante la guerra.
Conocí a mi marido a los diecinueve años... él tenía cuarenta. Pero antes de conocerlo a él reconozco haber tenido algunas aventuras.

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