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miércoles, 30 de mayo de 2018

EL FALSO PRINCIPE QUE CONVENCIO A TODOS PERO HABIA NACIDO POBRE EN BOGOTA


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Esta es la increíble historia de un hombre que convenció a todos que era un príncipe saudí, cuando la realidad es que nació pobre en Bogotá.

El se presentaba diciendo: "Soy el Príncipe Khalid bin Al-Saud" y de esa forma impresionaba a todos, que le abrían paso al heredero de una de las dinastías gubernamentales más ricas sobre la Tierra. 

Derrochaba lujo. Vivía en Fisher Island, en Miami Beach, reservado para sólo unos pocos millonarios. Era un lugar digno para su "realeza" y para la cuenta bancaria que según él era de 600 millones de dólares listos para gastar.

Pero este joven elegante que decía ser príncipe y heredero de Arabia Saudita, realmente era una persona común que logró engañar a todo tipo de empresas, líneas aéreas, universidades, automotrices y cadenas de hoteles. 

Su nombre real es Anthony Gignac. Nació pobre en Bogotá en 1970 . Desde los 5 años vivió con su hermano menor en las calles de la capital colombiana, solos y abandonados. Hasta que un buen día fueron adoptados por Nancy y James Gignac. una familia de Michigan.

Él tenía un gran apego a su madre adoptiva. Sufría muchísimo cuando ella se iba a trabajar o salía para hacer algún trámite. Tenía terror de que lo abandonara y que tuviera que volver a las calles donde había sobrevivido a duras penas.

Cuando Nancy y James decidieron divorciarse, ese pánico se manifestó de manera drástica. Anthony tenía 14 años y comenzó a experimentar un profundo quiebre emocional que obligó a internarlo en un hospital psiquiátrico.

Fue a los 17 años, luego de escapar de un centro de rehabilitación, cuando empezaron sus mentiras. Se fue a California y cambió de identidad. Fue en ese momento que se le ocurrió convertirse en un príncipe. Pero no en cualquiera... tenía que ser uno saudí, rico y sofisticado. Y allí comenzó su nueva vida de lujos y estafas, bajo el nombre de Khalid bin Al-Saud.

Nadie sospechaba de él ni de los miles de dólares que gastaba con tarjetas de crédito que tenían acceso inexplicable a las cuentas del reino

Su primer gasto en una de las tiendas fue de 11.300 dólares y el siguiente de unos 17.691 dólares. Cuando descubrieron la estafa, él ya había pagado una fianza y había desaparecido. Tenía sólo 20 años y su carrera delictiva recién empezaba. 

En julio de 1991 se pasó cuatro días fabulosos en el Beverly Wilshire Hotel, obviamente en Beverly Hills. Allí gastó 11 mil dólares entre comidas, bebidas y paseos en limusina por Los Angeles.

Entonces lo atraparon y después de unos años decidió irse de allí porque su historia ya se había hecho conocida. 

Se fue entonces a Florida. Ahí siguió con sus estafas con tarjetas de crédito en Orlando, hasta que finalmente llegó a Miami. Siempre bajo la identidad de un príncipe. Ferrari, Rolex… siempre resaltando su status de supermillonario. Hasta tuvo la osadía de comprar placas diplomáticas para sus eBay deportivos así no tenía que pagar multas.

Pero en Coconut Grove, Miami, le tocó pasar por un mal momento. Estaba en el Grand Bay Hotel cuando ingresaron dos hombres a su habitación y lo golpearon brutalmente. La policía se puso en contacto con la Embajada de Arabia Saudita y les contó que un príncipe había sido asaltado. Sorprendidos, preguntaron de quién se trataba. Allí fue detenido y tuvo que pagar 27 mil dólares que debía en el hotel.

Como su abogado todavía seguía creyendo en él y que tenía 600 millones de dólares atrás que lo respaldaban, le pagó la fianza. Lo vigilaban dos garantes; entonces les pidió que lo acompañaran American Express. Al rato salió de allí muy sonriente con su tarjeta de crédito en la mano. Esas tarjetas que solamente le dan a pocas personas en el mundo. Hasta ahora nadie puede imaginarse cómo hizo para engañar al ejecutivo que lo atendió.

Dos días más tarde planeó irse de viaje. Para que no lo molestaran reservó la primera clase completa del avión y en el Hotel Four Seasons de Nueva York pidió que en la planta donde él estaba no alojaran ningún huésped. 

Pero a todo esto, sus garantes se dieron cuenta que era todo una puesta en escena y que volvería a irse sin pagar nada. Entonces lo llevaron al aeropuerto y el estafador empezó a gritar que lo estaban secuestrando y que llamaran a la CNN, que él era un príncipe saudí.

Las estafas del colombiano continuaron, pero esta vez en la Universidad de Syracuse. Se presentó allí y le dijo a las autoridades que como príncipe de Arabia Saudita iba a hacer una donación de ¡45 millones de dólares! pero que antes de hacer el depósito la universidad debía adelantarle unos 16 mil dólares para pagar los impuestos correspondientes.

Por esta nueva estafa fue dos años a prisión. De 1996 a 1998.

Después pasan cuatro añ0s a lo largo de los cuales no se sabe nada de él. En el año 2002 se supo que había tomado de nuevo la identidad del hombre del reino, pero esta vez en Troy, Michigan. Cuando estuvo frente a frente con las autoridades, contó una historia que era un disparate. Volvió a decir que él era Khalid bin Al-Saud, pero que además de ser príncipe era el amante prohibido de una alta personalidad del reino. Ésta, a cambio de su silencio y exilio le había dado grandes sumas de dinero. Este verso lo llevó dos años más a prisión.

La última sentencia se debe a una estafa un poco más elaborada. Convenció a ciertos inversores que efectivamente era un príncipe y que le confiaran dinero para un nuevo emprendimiento. Todo obviamente respaldado con la fortuna inagotable de Arabia Saudita.

Pero el estafador no operaba solo. Con él estaba Carl Marden Williamson, su cómplice. Al día siguiente de ser acusados formalmente por el gran jurado de FloridaWiliamson apareció muerto en su casa de Pittsboro, en Carolina del Norte... se había ahorcado. Fue el 14 de diciembre pasado.

Unos días después, en una corte federal de MiamiGigniac se declaró culpable de robo de identidad, de hacerse pasar por un oficial gubernamental de otro país y por fraude. Estafó a 26 inversores por un total de cerca de 8 millones de dólares. Algo que aquel pequeño de las calles de Bogotá no creyó en ninguno de sus sueños.

Fuente: "Infobae"
                                                                                                            Elsa Inés Bernardi Semino

 

 


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