Por ahí dicen que está entre las orejas... y es el cerebro.
La realidad es que el cerebro, en el momento de concretarse el encuentro, tiene un papel fundamental en todo el desarrollo sexual.
Un excelente diálogo interno y estar bien predispuesto a nivel cerebral, garantiza la plenitud y el goce en la vida íntima.
La vida sexual se empobrece e incluso puede llegar a desaparecer, si los pensamiento interiores son negativos. De ahí que la impotencia o muchas anorgasmias son puramente de índole psicológico y no tienen nada que ver con lo orgánico.
Es conveniente que nuestras fantasías sean sólo nuestras. Si las compartimos con otros, pierde el sabor que tiene todo lo prohibido; podemos hacerlo, pero no siempre es lo mejor. Al conservarlas sólo para nosotros, creamos un mundo con una acumulación de energía sexual que debemos cuidar celosamente para que continúe siendo valiosa. No obstante, si en algún momento se nos ocurre llevar adelante con nuestra pareja, alguna escena de la situación imaginada, sepamos de antemano que nunca el mundo real podrá igualar al mundo imaginario.
No es verdad que el peor matrimonio puede salvarse con el mejor juguete. La única tabla de salvación es mantener sostenidamente y desde el comienzo, la sorpresa, las ganas, la excitación, la expectativa, para no caer en la abulia sexual. Y para eso hay que trabajar bastante y no desplazar jamás este aspecto de la vida en pareja, ni por el trabajo ni por los niños.
Los juguetes sexuales no solucionan ningún problema si antes de probarlos no agregamos otros elementos complementarios más importantes, que son: la confianza, el diálogo, el tiempo y las ganas de dedicarse activamente a la entrega sexual. Si se dá todo esto y además se trata de una pareja conectada, sana y deseosa de llevarlo a cabo, el juguete podrá ser usado como herramienta para erotizar, pero sino, sepamos que no hacen milagros ni son mágicos.
Por eso, antes de invertir en el sex shop, inviertan primero tiempo en compartir la intimidad... después, jueguen con lo que más les guste.
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