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lunes, 9 de septiembre de 2013

LA ASESINA - PARTE 8






Cuando regresé a casa, Paco me estaba esperando como siempre. Notó que estaba de muy mal humor y al saber que el motivo era Thierry, se ofreció rápidamente para librarme de él cuando yo así lo quisiera. Me negué rotundamente porque me imaginé que librarme de mi amante significaba terminar con él como lo había hecho con Joseph. Además antes de dejarlo quería darle la última oportunidad de satisfacerme físicamente y si no lo conseguía, entonces sí le diría que se marchara.
Por la tarde Thierry me llamó para saber qué haríamos, pero le dije que saldría con otro amigo, para darle celos. Por supuesto, no asomé la nariz a la calle
Al día siguiente fui al departamento, pero no llevaba mi traje de Angel Negro. Le había jurado a Thierry que nunca más subiría a esa moto. En cambio le dije que había ido hasta ahí para decirle que en dos horas iría a buscarlo con mi auto, para ir a cenar a un lugar muy exclusivo. De hecho, para ser admitido, el esmoquin es tan indispensable como el traje de Angel Negro para subir a tu moto. Me dijo que conocía el lugar donde alquilar el traje perfecto y que en dos horas estaría listo. Necesitaba descubrir al Thierry capaz de lucir un esmoquin con desenvoltura en una velada mundana.
Elegí para la salida un vestido largo negro, aún sin estrenar, de escote muy audaz y cubrí mis hombros con una capa de zorro blanco. Eran los colores del medio luto, como correspondía a una viuda reciente. Mi única duda era la joya que llevaría. Nunca había usado ninguna alhaja en mis salidas con Thierry. De golpe surgió la idea luminosa ¡los pendientes que nos habían dejado nuestros padres y que guardábamos tan celosamente con Paco, por su alto valor! Las dos preciosas perlas piriformes. Paco los había guardado en la caja fuerte de mi habitación y sólo saldrían de ahí en caso de un gran acontecimiento... y para mí ése era un gran acontecimiento. Las perlas lo inspirarían a Thierry porque, aún desnuda en la cama, no me los quitaría. Sería mi único adorno y única vestimenta para vivir el momento de gozo tan esperado.
Sin embargo, cuando llegué al departamento no fueron los pendientes lo que Thierry vio primero, sino mi estampa en su totalidad y lo único que se le ocurrió decirme fue que no parecía una mendiga. Él estaba muy bien. El esmoquin le sentaba a la perfección.
Asistiríamos a una velada de gala en Palm Beach, así que le dije que al día siguiente sería una celebridad porque se lo vería en las revistas al lado de la señora Kelmann. Si te ven tus amigos los Angeles Negros te admirarán por tu éxito excepcional, pero este éxito deberás merecerlo. Esta noche tendrás que ganarte los galones de mariscal de mi corazón! Por toda respuesta, me contestó... vámonos.
En la gala causamos sensación. La mesa que había reservado estaba en el centro del salón, así que nos podían observar de todos lados y gozaba de originar esa atmósfera de escándalo público. Cada vez me sentía más orgullosa de mi acompañante. Tuvimos también la oportunidad de bailar un bolero que nos dio la posibilidad de hacernos odiar un poco más!
Terminada la cena y la representación abandonamos la mesa y nos dirigimos a la salida. Al pie de la escalinata esperamos la llegada de Otto conduciendo el Bentley, que había sido enviado a buscar con un mandadero.
Cuando llegamos al departamento despedí a Otto y le indiqué que le telefonearía al día siguiente para precisarle la hora a la que debía venir a buscarme.
No me has dicho en toda la noche que me encontrabas bella. Para qué decirlo si tú ya lo sabes, me replicó. No te habría cambiado por ninguna de todas las que estaban allí. Sin embargo pudiste haberme besado mientras bailábamos tan serios. Cómo?! no sentías mi erección?? Por supuesto que sí... hasta diría que es la primera vez que te sentí tan en forma. Me atrajo hacia él y me besó como nunca lo había hecho, con un ardor casi animal, un joven animal cuyos instintos se despertaban al fin junto a una mujer elegante, cuidadosamente maquillada, exhalando un perfume embriagador, totalmente diferente a las chiquillas que acostumbraba a frecuentar. Me di cuenta que antes me había equivocado y que él necesitaba, en cambio, a la mujer que nunca había conocido. Me felicité por descubrirle finalmente a la señora Kelmann de los grandes días.
Le pedí que me desvistiera, con delicadeza. Primero la capa de zorros, luego quítame los zapatos como un hermoso gesto de sumisión y bésame los pies. Ahora quítame el vestido y por último mi pequeño slip. Me apreté contra él. ¿Te gusta verme desnuda? ¿te gusta mi cuerpo? Es el más deseable que he conocido jamás! ¿Pero te has dado cuenta que no me he quitado mis pendientes? fue a propósito... mientras me hagas el amor será lo único que tendré puesto!
Thierry me contó entonces que cuando era pequeño su madre le cantaba una canción que decía "la mujer enjoyada enloquece a los hombres" y eso es lo que tú quieres, verdad? ¿volverme loco por ti? Por mí y por todo lo que te doy, así nunca tendrás deseos de dejarme por otra.... y ahora, desvístete y poséeme.
¡Fue el placer que esperaba desde hacía años! ¡Una noche fantástica! Toda mujer tiene derecho a tener una noche como esa.
Cuando desperté afuera era pleno día y la luz se filtraba a través del cortinado. No tenía noción de la hora. Llamé a Thierry pues ya no estaba al lado mío. No me respondió. Toda mi ropa estaba por ahí donde la había dejado, en cambio su esmoquin, su camisa, corbata y ni siquiera su slip estaban ahí. De un salto llegué al cuarto de baño. Thierry no estaba por ningún lado. Estaba sola. Abrí los placares y también estaban vacíos. Todo había desaparecido. Ya nada quedaba del joven campeón que se había finalmente revelado un as para mí durante la noche.
Estaba azorada. El miserable había huído llevándose todas sus cosas. ¡Pero también faltaba mi bolso de noche, con mi labial, mi polvera, un fajo grande de billetes y mi chequera! Finalmente había resultado un vulgar ladrón. Miré la hora... eran las 4 de la tarde... llamé a mi banco para que rechazaran todos los cheques que ingresaran con mi firma falsificada y pedí que no dieran aviso a la policía.
Lo único que podía hacer ahora era vestirme, pedir un taxi e irme a mi casa. Al único que le podría contar lo que me había ocurrido era a mi hermano Paco.
Pero de pronto, cuando me estaba peinando, me di cuenta que faltaba el pendiente en mi oreja derecha, en cambio el otro estaba ahí. Recordé entonces que cuando estábamos en plenas efusiones, Thierry me dijo que tenía las orejas más hermosas del mundo, pero estos pendientes me molestan para mordértelas. Te las proteges así porque no te gusta que te las besen, porque si no es así, quítate uno de ellos para que te pueda estremecer aunque sea de un solo lado. Me lo quité de inmediato, así que volví a buscarlo al dormitorio, pero... no estaba allí ni en ningún otro lado. ¡Eso sí era lo peor que podía pasarme! Eran nuestras perlas de la buena suerte! Las que nos habían dejado nuestros padres y las que seguían representando nuestro capital inicial y del que Paco y yo habíamos jurado no desprendernos jamás, salvo que nuestra situación fuera desesperada. Todo era reemplazable, menos esa reliquia legada por la condesa magiar a mis padres para permitirles sobrevivir con sus hijos a la tempestad que azotaba a Hungría en ese momento. Comprendí que se lo llegaba a encontrar su castigo debía ser ejemplar.
Yo que jamás en mi vida había llorado, ese día, mientras esperaba el taxi en el departamento, lloré. Eran lágrimas de rabia. Si alguien me hubiera visto en ese momento, mal vestida, despeinada, el rímel corrido y llorando, me hubiera tomado por una loca... y no se hubiera equivocado demasiado... nunca me sentí tan humillada como esa tarde.
 

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