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miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA ASESINA - PARTE 5


 


Ante tal noticia, lo primero que se me ocurrió preguntar fue a qué hora había ocurrido el accidente y el capitán me dijo que había sido justo antes de entrar en la bahía de Saint-Tropez. Ibamos muy despacio, señora, a pedido expreso del Sr.Kelmann, quien le dijo a Paco que era para disfrutar la belleza de la noche en el mar.
¿Cómo? ¿Paco estaba con él en ese momento? Sí, replicó, ambos estaban acodados en la borda fumando un cigarro cada uno. ¿Y no hubo ninguna discusión entre ellos? volví a querer saber. Al contrario, señora, estaban encantados aprovechando la tranquilidad de esa navegación nocturna. Incluso cuando me iba yendo los oí reir mucho. Consultada la hora del hecho, dijeron que todo había transcurrido alrededor de las diez de la noche. Antes de ir a cubierta, ambos hombres habían conversado en el bar botella de champagne por medio. Llamaron al marinero para preguntarle si estaba la botella de champagne aún en el bar pero dijo que no... que luego de vaciar el resto de su contenido en la pileta, la llevó al lugar de la bodega previsto para botellas vacías. Con respecto a las copas usadas ya estaban lavadas y guardadas en el estante detrás del bar.
El policía, que había sido el que había realizado todas las preguntas al marinero, me felicitó por tener un personal tan prolijo en mi yate, pero también me anticipó que esa organización lamentablemente no facilitaría para nada la investigación.
Fue allí donde apareció Paco. Me saludó sin abrazarme y me trató de usted. Mi esposo había pedido que nuestra relación fuera de esa forma y él la cumplía de acuerdo a su voluntad. Es horrible lo que ha pasado, dijo. Yo estoy anonadado y me imagino su desesperación al enterarse de lo sucedido.
El oficial de policía aprovechó que estábamos todos los testigos presentes para reunirnos en el salón. Yo sería la primera que prestaría declaración. Me pidió que lo llevara al bar y solicitó al resto que no se movieran del salón hasta no haber sido interrogadas.
Entré al bar junto a los dos inspectores mientras el capitán cerraba la puerta del salón.
Me hicieron tomar asiento. A Bertin, el inspector adjunto del policía, le pidió que se instalara detrás del bar, donde habitualmente está el barman. Allí detrás tiene un pequeño asiento, apoye su libreta en el mostrador y tome las notas.
El oficial comenzó el interrogatorio. Señora, me dijo el capitán que usted era la propietaria del barco y no él. Sí, es verdad, me lo regaló hace exactamente cuarenta y ocho horas.
Le haré ahora una pregunta delicada: ¿es usted quien lo hereda? Sí, en efecto, porque Joseph no tenía familia ni tampoco se había casado nunca, por lo que soy su única heredera. Pero además preparó todo en tal sentido labrando un acta ante escribano público, en Cannes, en el momento de nuestro casamiento, hace poco más de un año.
No la retendré más señora, pero antes necesito que me diga qué piensa usted de ese señor Paco, que parecería haber tenido un importante papel en vuestra vida. 
Tengo el mejor pensamiento para él, oficial, por una razón que se la diré porque sé que igualmente ustedes la averiguarán de inmediato: el señor Paco es mi medio hermano. Pero le agradecería mucho que al respecto mantuviera la mayor reserva, como lo deseaba mi marido. Él no quería que nadie supiese que el administrador de la casa era mi medio hermano y así lo mantuvimos oculto hasta hoy, razón por la cual le agradeceré respete la voluntad de mi esposo, si no es mucho pedir.
No señora, por supuesto, siempre y cuando la investigación nos diga claramente que su hermano no fue el responsable de la muerte del señor Kelmann.
¿Cómo puede pensar eso, oficial? Si justamente mi hermano deseaba que Joseph viviera mucho tiempo porque le debía todo... empezando por el puesto tan cómodo que le había dado.
Yo no pienso nada, señora, pero en el preciso momento que su esposo cayó al mar estaban juntos hablando en cubierta y según el capitán ya no había nadie de la tripulación allí. Su hermano fue el único testigo, que por otra parte corrió a dar la alarma al puesto de mando.
El interrogatorio continuó con el capitán del barco. Ex profeso me senté en el salón lejos de Paco y ni siquiera lo miraba, pero sentía su vista clavada en mí como si fuese su tabla de salvación, porque claramente se encontraba ahora en una situación bastante delicada.
Paco estuvo como media hora declarando. A su regreso me levanté y ante todo el mundo le dije que si ya habían terminado con él lo mejor sería irnos de inmediato a Fréjus, el hospital. Y partimos, no sin antes decirle al capitán que permaneciera allí hasta el día siguiente a la mañana y que seguramente le pediría que volviera a llevar al Sabine a Cannes.
Paco y yo nos retiramos. Subimos al Bentley que conducía Otto y partimos de Saint-Tropez donde nunca más quise regresar.
Durante el trayecto no cruzamos ni una palabra, por temor a que Otto nos escuchara. Yo no lloraba, pero tampoco sufría.
En el hospital tuvimos que ir a reconocer el cadáver. La visión fue insoportable, aunque a pesar de la hinchazón del rostro por la asfixia por inmersión, Joseph aún era reconocible.
En la cámara mortuoria a mi lado estaba solo Paco, siempre en silencio. Su muda presencia fue para mí benéfica y maléfica a la vez. Benéfica porque de no haber sido él, me hubiera encontrado completamente sola y maléfica porque sólo tenía una pregunta que hacerle, pero las palabras se ahogaban en mi garganta cada vez que intentaba comenzar a hablar. Sin embargo tenía la impresión de que Paco estaba esperando esa pregunta. Eso continuó así hasta dos días más tarde, en el momento de la inhumación.
Apenas reconocí el cadáver ingresó a la habitación donde reposaba Joseph, un médico y dos enfermeros con una camilla. Me informaron que debían practicarle una autopsia al cuerpo. El resultado de la autopsia confirmaron que Joseph había muerto de asfixia por inmersión.
Finalizada la inhumación me encontré con Paco en nuestra casa bebiendo un champagne en memoria de Joseph. Finalmente, movida por no sé qué energía, me animé a hacerle la angustiante pregunta: Paco, ¿fuiste tú quién lo arrojó al mar, verdad? La respuesta fue sorpresiva, mientras me miraba con ojos apasionados: no fue un accidente ni un crimen, sino una lamentable coincidencia. La cosa fue así: Joseph y yo estábamos acodados a la borda, fumando un cigarro y bruscamente se aferró a la borda para sostenerse porque se caía por su ebriedad. Contrariamente a lo que indicó la pesquisa, Joseph y yo estábamos por nuestra cuarta botella, no por la primera. Cuando ocurrió lo que ya sabemos, tuve la precaución de arrojar al mar tres botellas vacías antes de correr a dar la alarma, para que no me acusaran de emborracharlo a propósito. Y considéralo un accidente, no un crimen. Me encontraba muy molesta por el accionar de Paco y enojada me retiré a mi dormitorio, pero unas horas más tarde salí vestida con una blusa sencilla y un jean y pedí un taxi. Paco me cruzó a mi salida y me preguntó adónde me iba. Diez minutos después estaba entrando a Sans-Souci. Thierry estaba acodado en el bar bebiendo una gaseosa. Cuando me vio me dijo haber creído que nunca más me volvería a ver. Te equivocaste, le repliqué... vamos a bailar, Thierry. 
 
 

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