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martes, 3 de septiembre de 2013

LA ASESINA - PARTE 4







Al darme cuenta del amor que Paco sentía por mí comencé a comprender muchas cosas. Por eso nunca le conocí ninguna mujer o amiga y también estoy segura que hasta planeó desde un principio, mi casamiento en los términos que lo hizo... un hombre grande, de mucha fortuna y que además le diera la posibilidad de trabajar para él, asegurándose su permanencia a mi lado para siempre.
Y yo descubría esto después de un año de mi casamiento. Sentados en la piscina, parecíamos dos enamorados apasionados que todavía no encontraron el momento de decirse un montón de cosas íntimas. Ese odio que yo veía ahora en su mirada hacia el hombre que hoy era mi marido, era una confesión en sí misma. Sin embargo, Paco y yo no éramos amantes ni lo seríamos jamás! Yo hablaba por mí pero sabía que mi hermano pensaba lo mismo. Pero sin embargo se estaba interponiendo en mi matrimonio, pretendiendo que yo no tuviera relaciones íntimas con mi marido. Así que cuando le pregunté porqué lo odiaba tanto, me dijo que no le perdonaba obligarme a acostarme con él. Y agregó que ya no lo soportaba rondando a mi alrededor.
Le dije claramente que lo notaba celoso y que creía que me amaba como un enamorado vergonzoso que no tiene el coraje de descubrir sus sentimientos.
Paco se puso pálido y me replicó que no era correcto lo que estaba diciendo y continuó afirmando que él me amaba como hermano mayor... casi como un padre.
Luego agregó que desde que comprendió que mis relaciones íntimas con Joseph no mejorarían nunca, le rondaba en la cabeza hacerlo desaparecer. De esta forma recuperaríamos nuestra vida de solteros, pero con dinero o sea, con la ventaja de no tener de qué preocuparnos.
Ante tal amenaza le prohibí a Paco que le hiciera el menor daño y le dije que lo controlaría de cerca
Unos días más tarde, mi esposo nos anunció que había comprado el yate más lujoso y grande que se hubiera visto jamás y que haríamos los tres un maravilloso crucero por el Mediterráneo. Se trata de un hermoso barco, con diez tripulantes y un ex oficial de la marina griega al mando. Su nombre... "Sabine", pues deseo que uno de los yates más bellos del mundo lleve tu nombre. Y deseo añadir que éste es mi regalo por nuestro primer año de bodas. Paco nos podrá acompañar pues en el yate encontrará un magnífico bar donde ejercitará sus viejas habilidades en el casino de Montecarlo.
Cuando el "Sabine" ancló en el muelle debo admitir que sentí una intensa satisfacción al ver a toda la tripulación recibiéndonos en posición de firmes sobre la cubierta y a tantos turistas admirándolo.
Yo le había tomado horror a la navegación en mi viaje de bodas, pero me parecía una excelente idea que él se fuera con mi hermano a realizar un crucero, porque me daría la posibilidad de no estar bajo el control de nadie y disponer de mi tiempo a mi antojo.
Al día siguiente Joseph me anunció que embarcaríamos esa tarde pero le expliqué cuál sería mi condición. Yo los seguiría con Otto, por la carretera con el Bentley. En cada escala subiría a bordo y recibiría a todas las personalidades invitadas previamente por mi esposo y tal vez hasta dormiría en él, si el caso se presentaba, pero en cuanto se aprestara a levar anclas, bajaría y me reuniría con ellos en el siguiente punto que haría por tierra.
Esa misma noche los acompañé al yate porque partirían rumbo a Saint-Tropez. Ni bien se fueron le pedí a Otto que se retirara porque yo regresaría en taxi. Me fui a una discoteca. Entre los muchachos que había en la pista de baile, había uno que me fascinó y a él le debe haber pasado lo mismo porque sin siquiera presentarse me arrastró al centro de la pista. Bailamos hasta el agotamiento. Finalmente nos sentamos y me invitó a tomar una gaseosa. Miré la hora y le dije que debía retirarme. Me estrechó la mano y me dijo que se llamaba Thierry y que deberíamos volver a vernos. Yo presentía que seguramente lo haríamos. Cuando llegué a mi casa me dí cuenta que hasta una mujer riquísima podía enamorarse. Me quité los zapatos y subí silenciosamente a mi cuarto para no despertar a los sirvientes y lejos de mi marido y de Paco, me dormí pensando solamente en ese joven Thierry de quien ignoraba todo y a quien tal vez nunca más volvería a ver.
Al día siguiente, cuando Otto me llevó con el Bentley al puerto de Saint-Tropez, el Sabine ya se encontraba allí anclado. El barco estaba rodeado de una multitud seguramente admirando su belleza. A pesar de mi deslumbrante atuendo, todo el mundo me daba la espalda. Mi yate incuestionablemente era la estrella.
Después de atravesar el gentío vi que ocurría algo anormal, porque dos agentes franqueaban el acceso a la pasarela y en cubierta se veía mucha gente que iba y venía. En el tono más imperioso que pude les dije que era la señora Kelmann y que me permitieran franquear la barrera pues tenía que subir a mi barco. Pero me respondieron que estaba prohibido el acceso a cualquier persona ajena a la investigación normal después de un accidente. En ese momento divisé al capitán del barco que bajó a buscarme y mientras ascendíamos a cubierta me empezó a contar lo ocurrido. Previo a darme sus condolencias me informó que mi marido había fallecido ahogado. Me explicó que tuvo un accidente y cayó al mar y como no sabía nadar, se hundió y su cuerpo fue hallado recién una hora más tarde cuando ya era lamentablemente tarde. El administrador partió en la ambulancia con el médico al hospital y llamó hace quince minutos para informar que ya no había ninguna esperanza.
 
 

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