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martes, 14 de mayo de 2013

LA MUJER SIN FRONTERAS (PARTE IV)

  
 
 
Luego de responderle que de ser necesario moriría a su lado, Fred me dijo: Mad, entonces llegó la hora de hablarte de mi profesión. Para la policía burguesa, soy lo que llaman un terrorista. Pero ellos se confunden, yo no soy un terrorista, soy un libertador que tiene el deseo de eliminar de la faz de la tierra a quienes la explotan sólo en su propio beneficio. Y tú también serás una libertadora a mi lado. Seremos una pareja maravillosa e iremos juntos hasta el fin del mundo. Mañana, cuando vengas a las 6 de la tarde, te contaré cómo haremos para trabajar juntos. Deberás cambiar tu forma de vida. Al comienzo continuarás con tu doble vida, como ahora. Irás a dormir a tu casa, irás a trabajar como todos los días y a las 6 de la tarde vendrás para aquí como siempre. Te invito a cambiar tu rutina por una vida llena de emociones como la que empezarás a tener a partir de este momento.
El oficial le preguntó algo obvio que en ningún momento había salido de su boca… si no le había hecho algo de ruido cuando le confesó que era un terrorista.
Mad le dijo que lo amaba tanto que no le importaba en lo más mínimo cuál era su profesión… si le hubiera dicho en ese momento que era ladrón o traficante de drogas nada hubiese cambiado. Había conseguido dominarme hasta tal extremo que no había nada que pudiera decirme que pudiera dar por terminada nuestra relación. Estaba verdaderamente atrapada y no tenía la menor intención de huir de él, al menos en ese momento. De haberlo querido hacerlo, de todas maneras, la única forma hubiera sido matándolo, como hice ahora. De todas maneras nunca lamentaré haberle dedicado dos años de mi vida para vivir con él.
A las 6 de la tarde del día siguiente, tal como lo habíamos planeado, llegué a su departamento. Iba a comenzar mi aprendizaje.
Esa noche ni comimos ni hicimos el amor. Me habló durante dos horas sobre su niñez. Me contó que era hijo de madre soltera que murió cuando él tenía dos años. Fue recogido por el Patronato de la Infancia que lo ubicó en casa de un matrimonio, de quienes guardaba un buen recuerdo. La suerte no lo acompañó porque sus padres adoptivos murieron pocos años más tarde, con cinco semanas de diferencia. Fue recogido por un matrimonio campesino con quienes se llevó mal desde un principio. Huyó y cuando la policía lo encontró lo llevaron con otro matrimonio y lo cambiaron de escuela, ya que la primer escuela tampoco le gustaba. Huyó de vuelta… lo volvieron a encontrar… y así sucesivamente, cambiando de padres y de escuelas permanentemente. Su odio hacia quienes lo rodeaban crecía día a día. Finalmente, a los 13 años, fue a parar a un reformatorio. Los adolescentes que lo rodeaban eran las personas menos apropiadas para darle a su vida un poco más de sentido. Salió de allí a los 16 años y tomó su primer empleo, pero como era muy inestable no duraba en ningún lado y así continuó hasta los 19 años. Me contó que en esa época odiaba a toda la sociedad y quería exterminarla.
Cuando el oficial le preguntó y se enteró que actualmente tenía 30 años, se dio cuenta que ya hacía 11 que se dedicaba al terrorismo o sea que no era exagerado pensar que era un maestro en lo suyo. Mad continuó contándole que entre todos sus amigos o camaradas jamás encontró a alguno que siquiera lo igualara… eran todos mediocres… él tenía todos los atributos para ser el jefe. Aunque yo conocí sólo a algunos de esos compañeros que tenía.
En mí había depositado toda su confianza y casi con seguridad ninguno de sus camaradas sabía nada de mí. Para los pocos que me conocían yo era algo sagrado para ellos: ni más ni menos que la mujer del jefe. Jamás conocieron dónde vivía ni él ni yo e ignoraban también donde trabajaba. Tampoco estaban con él demasiado tiempo porque los iba cambiando continuamente. Fred me aseguró que nunca lo identificaron en ninguna acción por lo que no estaba en ningún archivo policial
Despreciaba las cosas materiales. Yo arreglé su departamento con mi propio dinero. Casi nunca tenía plata. A veces hasta tuve que pagarle el alquiler. Él me decía que le molestaba que yo pagara todo y que ya me compensaría cuando llegara el día que aquellos que hoy nos aplastan con el dinero, lo pierdan todo. Seremos todos iguales y ya no habrá más ni ricos ni pobres. Esos pequeños golpes que él llamaba sin importancia, los daba para poder sobrevivir.
Srta.Madeleine, dijo el oficial, estoy absolutamente convencido  de que usted no robó ni cometió ningún acto de alteración del orden público, ni mucho menos mató a nadie, salvo a Fred como lo está declarando en este momento, pero fue su cómplice y lo ayudó reiteradamente a cometer ilícitos. Efectivamente, pero conducir el auto desde el que lanzó la bomba y luego huyó, era cumplir con mi deber de amante. ¿Su deber? A propósito, porqué no me cuenta cómo le enseñó a manejar de una manera tan experta?
Sí, así comenzó mi aprendizaje. Se sorprendió cuando se enteró que no tenía auto ni tampoco registro de conducir. Entonces me dijo que él me enseñaría y que me convertiría muy pronto en un as al volante. Tomé la primer lección al día siguiente, a las 6 de la tarde y me dijo que el permiso para conducir me lo entregarían en tres días por intermedio de un amigo suyo. Me pidió que comprara un código de tránsito y me dijo que debía aprendérmelo de memoria, para no cometer errores y así no tener problemas con la policía. Tres semanas más tarde tenía una gran experiencia en el manejo de los autos. Sabía todo respecto a arranques fulminantes en segunda, salir marcha atrás a toda velocidad, dar media vuelta en el medio de la calle, control de derrapes, virar violentamente a toda marcha y por supuesto frenar en seco. Fred me dijo que todo eso debía saberlo por si en algún momento teníamos que despistar a la policía. Cada 48 horas cambiábamos de auto para que me familiarizara con toda clase de vehículos. Conduje autos de gran cilindrada, con palanca de cambios y también automáticos, franceses, norteamericanos, italianos, ingleses… Tres días más tarde me trajo el registro de manejo.
Pero lo mejor de todo es que luego de cada proeza que realizaba, me recompensaba haciendo el amor. Tenía palabra y cumplía siempre lo prometido. Allí terminó la primer etapa de mi aprendizaje y en ese momento empezó la gran aventura de mi vida…  

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