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lunes, 27 de mayo de 2013

EL SECRETO DE LA NOCHE (PARTE VII-VIII-IX y X)





Ellie había proporcionado dos pistas de sospechosos posible: Rob, el playboy y Paulie, el adolescente tímido. Mientras aguardábamos el resultado de la autopsia de Andrea, el detective interpelaba a los dos jóvenes. Los dos aseguraban no haber estado con ella esa noche. Rob insistía que había estado en el cine y Paulie que se había quedado trabajando hasta más tarde en el taller.
El día del entierro de Andrea podía percibir las miradas de furia que me dirigían todos. La familia de Rob se ausentó, pero los padres de Paulie permanecieron en el lugar acompañando a su hijo.
La sensación de culpa que yo sentí en ese momento jamás me abandonó y a lo largo de los años desperté muchas noches con la misma pesadilla: estoy de rodillas sobre el cadáver de mi hermana, resbalo con su sangre y oigo una respiración ronca y una risita muy aguda, reviviendo la escena de la noche trágica.
Dejé a un lado mis pensamientos cuando olí que desde el comedor del hotel llegaba un aroma delicioso y yo estaba hambrienta. Lo único que había tomado era un café y tenía el estómago muy vacío. Cuando entré al comedor ya casi no quedaba gente en él. Me senté cerca de la chimenea. Conversé un poco con la camarera pero no quería que se dieran cuenta que era la hermana de Andrea. Ese hostal me recordaba mucho a mi infancia. El último recuerdo que tenía era cuando vino mi abuela a visitarnos y almorzamos todos juntos allí. También recordé la pelea que habían tenido mis padres el día que enterramos a Andrea.
Ese día, cuando volvimos a casa, estaba llena de gente. Las amigas de Andrea, las de mi madre, los compañeros policías de mi padre. Joan, la amiga íntima de Andrea, lloraba y no tenía consuelo. Yo era la única que estaba sola y además, me sentía sola. Escuché que las personas que estaban en casa, decían que, después de todo lo que había sucedido, necesitábamos descansar. Era una forma de ir despidiéndose y retirarse a sus casas.
Mientras observaba todo esto, sonó el timbre de la puerta y llegó la señora Dorothy Westerfield, que era la propietaria de la finca donde estaba el garaje donde habían asesinado a Andrea, es decir, la abuela de Rob.
Se dirigió sin vacilaciones hacia mi madre y le expresó sus condolencias, diciéndole que lamentaba muchísimo lo sucedido. Le contó que ella también había perdido un hijo hacía muchos años en un accidente de esquí, por lo que sabía de qué se trataba el sufrimiento que estaba padeciendo. De pronto irrumpió mi padre, que evidentemente la había escuchado y le dijo que la diferencia era que Andrea no había muerto en un accidente, sino víctima de un asesinato, agregando que era muy posible que su nieto hubiera sido el asesino y que, de hecho, se trataba del principal sospechoso. Así que le pidió que se retirara de su casa. Sacó a relucir también, un robo ocurrido hacía algún tiempo, en el que parecía que incluso había tenido algo que ver Rob Westerfield.
Gritaba tanto y era tal su descontrol que mi madre se disculpó por él… pero éste la hizo callar de inmediato. Y retrucó diciendo que en la policía todos sabían que Rob estaba podrido hasta la médula… y volvió a echar a la mujer de su casa. Todos se quedaron petrificados y nadie emitía ningún sonido. La señora Westerfield, tomó la mano de mi madre, la apretó entre las suyas y se dirigió hacia la puerta en silencio.
Mi madre, sin alzar la voz, le dijo que él estaba deseando que Rob fuera el asesino, porque Andrea estaba loca de amor por él y eso no lo soportaba porque la celaba demasiado. De haberle permitido que se vieran sin oponer resistencia, obligándola a esconderse para estar juntos, todo lo sucedido no hubiera ocurrido. Y continuaron discutiendo muy fuerte hasta que mi padre, dando media vuelta, se retiró nuevamente a su estudio, donde estaban sus amigos policías reunidos.
Esa noche mi abuela desistió de alojarse en casa. Mi madre durmió en la habitación de Andrea y continuó haciéndolo durante diez meses, hasta que finalizó el juicio, en el que ni siquiera el poderoso grupo de abogados que había contratado la familia Westerfield, pudo salvar a Rob de ser declarado culpable por el asesinato de Andrea.
Después del juicio la casa se vendió. Mi padre fue a vivir a Irvington y mi madre, conmigo y mi abuela nos mudamos a Florida. Mi madre había trabajado un tiempo como secretaria antes de casarse y consiguió empleo en una famosa cadena de hoteles. Era muy capaz y diligente. Ascendió rápidamente y llegó a ser una especie de mediadora en conflictos de todo tipo, lo que nos significó mudarnos con mucha frecuencia a un hotel diferente de una ciudad diferente. Pero la misma diligencia que utilizaba en su trabajo, la utilizó para ocultarle a todo el mundo, excepto a mí, que se había convertido en una alcohólica, lo cual hacía a partir del momento que llegaba a casa, sin descansar ni un solo día. El alcohol la transformaba a veces en una malhumorada y otras en una persona muy locuaz. En uno de estos arranques fue cuando me dijo lo muy enamorada que seguía de mi padre.
Cursé mis estudios en Florida, los dos años siguientes en Luisiana, sexto en Colorado, el siguiente en California y terminé la escuela primaria en Nuevo México.
Mi padre nos enviaba puntualmente a principios de mes, la pensión por alimentos. Los primeros años lo ví de vez en cuando y después de eso nunca más supe de él. Andrea había sido su niña adorada y había muerto. Mientras tanto yo seguía mortificándome por no haberles contado nunca del escondite de Andrea. El amor que sentía por mi padre, con el tiempo se transformó en resentimiento. Cuando comencé la universidad nos establecimos en California. Estudié periodismo. Mi madre enfermó de cirrosis y murió seis meses más tarde de haber obtenido mi licenciatura. Conseguí un empleo en Atlanta y me fui a vivir allí.
Mientras estaba comiendo en el hotel, pensé que Rob, además de matar a mi hermana Andrea, había hecho algo más… le hizo dar un giro de 180° a mi vida. 




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