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lunes, 13 de mayo de 2013

LA MUJER SIN FRONTERAS (PARTE III)



 
 
¿Y el recién llegado qué le dijo?quiso saber el oficial Beilin.
Me preguntó si no tenía inconvenientes en cenar con él, algo tan simple como eso, y yo le dije… ¿y por qué no hacerlo? De paso no estaría sola en mi casa.
Fuimos en su auto a un restaurante en Montmartre, Me pareció que el dueño era amigo de él porque se tuteaban. Me hizo comer a la fuerza porque a mí no me pasaba un bocado. Cuando volvíamos en el auto no me dijo ni una palabra, lo cual se lo agradecí porque no tenía ninguna gana de hablar. No sabía ni siquiera adónde me llevaba. Sé que era arriesgado pero ese hombre tenía un no sé qué que me inspiraba confianza.
Cuando habló fue para decirme que si no había hablado en todo el viaje, era porque no le importaba lo que le pasaba a los demás y que me había invitado porque cuando me vio en el bar se notaba a la legua que me encontraba en problemas y no le gustaba verme así. Y a partir de ese momento empezamos a tirarnos piropos uno al otro. Le pregunté si era casado y me dijo que él era partidario del amor libre. Tenía un concepto bastante extraño de la familia. Cuando le pregunté si tenía padres me dijo que por suerte no. Me preguntó si tenía ganas de ir a su casa a tomar una copa. Prometió que no me haría nada y que tendríamos oportunidad de hablar cada uno de lo que quisiera. Acepté ir por sólo diez minutos pues debía volver a mi casa con mi familia.
Fuimos tomados del brazo… eso me pareció tierno de su parte. Mientras caminaba a mi lado noté que era muy alto. En su casa tuvimos que subir 6 pisos por la escalera porque no tenía ascensor. Tampoco teléfono. Se notaba que no tenía una muy buena posición económica… todo lo contrario.
Antes de entrar me previno que su casa distaba mucho de ser un palacio. En ese mismo momento me preguntó mi nombre y yo le pregunté el de él. Me dijo que se llamaba Fred y yo le dí mi nombre Madeleine. Esa fue la primera vez que entré al departamento donde en este momento está el cadáver de Fred.
El oficial Beilin escuchaba con interés como si se tratara de una novela y me preguntó qué había pasado después.
El departamento contaba con el mínimo indispensable de muebles: una cama de una plaza con una ropa de cama que daba pena mirarla, una mesa con una silla de cocina, sobre la cual no había nada, un placard empotrado que como puerta tenía una cortina, que en ese momento estaba entreabierta y se podían ver unas camperas y unos jeans apilados. Del techo colgaba un cable con una lamparita. Las paredes empapeladas con flores daban lástima. El papel estaba roto en algunos lados y se podía ver la pared y en otros despegado y quedaban colgando. En la piecita de al lado había otra mesa con un mantel de hule y encima había unos platos, unas cacerolas y un calentador a gas. En unos estantes había un montón de botellas vacías y una de whisky por la mitad junto a unos vasos bastante sucios por cierto.
Esa noche me tildó de capitalista y me dijo que esperaba el día en que todos en el mundo se vistieran igual, como ocurría en China. Más adelante lo ayudé a arreglar un poco su departamento pero a él eso no le interesaba para nada, lo único que tenía era sed de justicia y creía que esa misión era absolutamente suya… él era el justiciero.
Mientras me decía todo esto, estábamos los dos de pie… frente a frente… De golpe me abrazó bruscamente. Por un momento intenté alejarme pero me tenía inmovilizada contra su cuerpo y su boca. Cedí a su reclamo y estuvimos toda la noche haciendo el amor sobre esa cama que ni siquiera me dí cuenta de lo horrorosa que estaba. Al día siguiente yo ya era su prisionera y él se había convertido en mi amo. Y eso fuimos hasta anoche, que le di fin a su vida.
Mientras me vestía él seguía tirado en la cama mirándome sin decir nada, con una calma que me ponía más nerviosa de lo que estaba. Cuando me estaba yendo, con la misma voz dulce que tenía cuando me hizo el amor, me preguntó cuándo volvía y cuando le manifesté que debía pensar en lo que diría a mis padres para justificar mi llegada tarde, se molestó diciendo que ya era mayor de edad y no debía darle explicaciones de todos mis pasos. Finalizó diciendo que me esperaba alrededor de las 6 y que estaba seguro que lo haría. A partir de ese momento ya era de su pertenencia. Me dijo que él seguiría durmiendo y que soñaría conmigo.
Como es de imaginar huí despavorida.  Jamás podré olvidar esa huída. Eran las 7 de la mañana y en el taxi que tomé para volver a mi casa me rompía la cabeza pensando en qué les diría a mis padres para justificar mi ausencia durante toda la noche. Por otro lado estaba asustada de mí misma por lo que había hecho. No podía entender como yo, que hasta ese momento sólo había tenido una relación con el hombre que me acababa de abandonar, con sólo  20 años, había sido capaz de pasar toda la noche en casa de un desconocido y me había convertido en su amante. Y además estaba segura que lo seguiría siendo, porque ese hombre me había encandilado, aunque era la antítesis del hombre ideal que siempre había soñado. Y en este momento sólo tenía un deseo: que ya fueran las 6 de la tarde para volver a encontrarme con mi amante, como me lo había ordenado y como yo ya estaba dispuesta a obedecerle.
Como era de esperar, mis padres y Daniel me estaban esperando, pero salí elegantemente del paso diciéndoles que esa noche se había comprometido una compañera de oficina y nos había invitado a todos a su casa para festejar su compromiso. Luego salimos a cenar a un restaurante, más tarde a bailar y recién acaban de dejarme en la puerta de casa. Mi madre me preparó el desayuno mientras me cambiaba y salí de prisa a tomar el autobús. Durante el viaje pensé que era la primera vez que mentía a mis padres y a partir de ese momento, por causa de Fred,  me ví obligada a hacerlo durante los últimos dos años.
Lo volví a ver todos los días, casi siempre a la misma hora y cada vez que nos veíamos hacíamos el amor. Mis padres creo que se habían dado cuenta que algo pasaba con alguien, pero nunca me hacían preguntas. Nunca nadie se enteró de mi relación con Fred… ahora es usted el único que lo sabe.
El oficial le preguntó si no le llamaba la atención que viviera casi en una pocilga, sin trabajar y sin embargo tenía auto y a veces la invitaba a cenar.
No, replicó Mad, porque yo le había propuesto que cuando saliéramos pagaríamos una vez cada uno. Y en algunas oportunidades me decía que no fuera antes de las 6 porque tenía que salir y regresaría un poco más tarde. A mí me parecía lógico porque yo creía que trabajaba. Lo único que me llamaba la atención era que cada vez que salíamos lo hacíamos con un auto diferente. Entonces me dijo que para incrementar un poco su ingreso trabajaba con un amigo en una casa de compra y venta de autos de ocasión. Me explicó que su amigo se los daba para probarlos y luego decirle  las fallas que les encontraba para repararlos antes de venderlos. De ese modo, las primeras cuatro semanas usamos 4 autos diferentes. Pero todos muy buenos: Peugeot, BMW, Citroen e incluso un Mercedes.
El oficial un tanto exasperado le increpó: ¿y a ud. Nunca se le ocurrió que podrían ser robados?
No, porque yo en esa época no manejaba y no entendía nada de autos. Después Fred me enseñó a manejar y obtuve el registro sin necesidad de dar el exámen porque Fred me lo consiguió a través de un amigo.
Comenzando el segundo mes de la relación, una noche que volvíamos de cenar, Fred me dijo que se veía obligado a revelarme sus verdaderas actividades, pero agregó que debía responderle inmediatamente una última pregunta: si por cuestiones ajenas a su voluntad, llegaran a encontrarse en una situación desesperante, quería saber si aceptaba morir a su lado o prefería seguir viviendo sin él. A lo cual le respondí que aunque nunca había pensado en la muerte, creía que de ser necesario moriría a su lado.  


 

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