De pequeño me gustaba mucho el circo y lo más lindo para mí eran los animales. Sobre todo me llamaba la atención el elefante. Cuando dejaba de actuar y hasta la próxima presentación, lo dejaban sujeto con una cadena, por una de sus patas, a una pequeña estaca clavada al suelo para tal fin.
Cuando vi que la estaca era tan pequeña le pregunté a mis padres, porqué el elefante, con la fuerza que tenía, no se escapaba, a lo que ellos me contestaron que se debía a que estaba amaestrado. Cuando fui mayor y ya con propio discernimiento, les dije que si estaba amaestrado no debería estar encadenado, porque el propio elefante sabría que no se tenía que escapar... y no recibí ninguna respuesta coherente que me satisfaciera. Hasta que hace muy poco me encontré con alguien que fue el único que me dio una respuesta francamente de un sabio... y me dijo: el elefante no se escapa porque fue atado desde que nació, a esa estaca o a otra muy parecida. Me imaginé al elefantito tratando de soltarse de semejante atadura durante un tiempo largo, pero dada su pequeñez le era imposible, razón por la cual un día se cansó y desistió aceptando su impotencia y resignándose.
Este elefante enorme que yo veía ahora en el circo, era el mismo que se había resignado de pequeño, pero el pobre estaba convencido que ahora tampoco podría escapar, porque jamás volvió a poner a prueba nuevamente su fuerza.
Como este elefante muchos transcurrimos nuestra vida, atados a cientos de estacas que nos quitan la libertad. Vivimos creyendo que no podemos hacer un montón de cosas porque una vez lo intentamos y no pudimos y nunca más lo volvimos a intentar.
No hay que vivir condicionado por el recuerdo. Hay que volver a intentar siempre y poner en el intento todo nuestro corazón.
Fuente: "Recuerdos para Demián, Jorge Bucay"
Elsa Inés Bernardi Semino
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