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viernes, 28 de septiembre de 2012

HISTORIA DE MI VIDA - PARTE 14





 

Con la mudanza tuvimos que pensar también en un cambio de colegio para Marcelo y Gustavo. Marcelo ya tenía 8 años y estaba en la escuela primaria. Las clases habían comenzado y se nos estaba complicando conseguir vacantes para los dos. Gracias a los buenos oficios de un tío de Enrique, sacerdote, director del Colegio Don Bosco, pudimos anotarlos en el colegio San Francisco de Sales que quedaba bastante cerca de nuestra casa… Hipólito Irigoyen y Yatay.
Yo trabajaba de 8 a 16 en Pluna y de 16 a 20 había conseguido un segundo empleo en el estudio de los asesores aeronáuticos de Pluna. Enrique trabajaba en Pluna y en la Fuerza Aérea. En este último empleo había ingresado muy jovencito y tenía mucha antigüedad.
Como no contábamos con el apoyo de nadie, tuvimos que tomar una empleada para que se quedara con los chicos en los horarios que faltábamos nosotros. Con mi mamá ni hablar y los padres de Enrique se habían ido a vivir a Comodoro Rivadavia (Enrique I, mi suegro, era funcionario de Fuerza Aérea. Lo habían trasladado al sur donde vivieron muchos años, hasta que solicitó su pase a Bahía Blanca por razones de salud y allí falleció).
Por esta razón, las empleadas eran para nosotros males necesarios… más que necesarios, indispensables y jamás pudimos zafar de ellas hasta que nuestros cuatro hijos fueron grandes. Se imaginarán que tenemos muchas historias porque pasaron unas cuantas, pero con la primera que tomamos nos tocó atravesar un episodio, que cuando lo pienso se me ponen los pelos de punta. Nosotros vivíamos en un piso 11, contrafrente. Nuestro dormitorio daba al contrafrente y el de los chicos, que tenían dos camas superpuestas, daba al aire-luz. Un día que volvía de trabajar, una vecina del piso 10 frente, me para y me cuenta que a la mañana, desde su lavadero, vio que Marcelo y Gustavo estaban sentados en la ventana de su pieza, con los pies colgando para afuera. La ventana no tenía protección (enorme error nuestro pero acabábamos de mudarnos). Evidentemente se subieron con la cama alta y la empleada no sé qué estaría haciendo. Cuando mi vecina los vio, les empezó a hablar despacito y a sugerirles que se bajaran con cuidado hasta que lo hicieron. Inmediatamente subió al piso y encaró a Rosa, que así se llamaba quien los “cuidaba”. Obviamente fue su último día. También tuvimos otra que le tiraba del pelo a Christian cuando era chiquito y no nos explicábamos porqué el chico lloraba tanto cuando esta señora venía los domingos a la noche, hasta que un día encontramos un mechón de pelos detrás de un mueble.
A pesar de algunos contratiempos mediante, mi hogar estaba más o menos organizado. Carlos venía todos los fines de semana a buscar a sus hijos y los devolvía el domingo a la noche. Los malcriaba mucho, pero jamás fue un padre ausente. Pero había un “pequeño-gran problema”. Enrique se extralimitó siempre en sus derechos de “padre” de mis hijos. Desde nuestro casamiento se había “adueñado” de ellos dos y si bien su postura era destacable porque los educaba como si fueran hijos propios, pasaba por alto el hecho de que los chicos tenían a su papá biológico -siempre presente- y a quien él se empecinó en desconocer en todo momento. Es así que cada vez que los chicos desobedecían en algo, la penitencia era siempre la misma: “este fin de semana no te vas con tu papá”. Se imaginan que esto no terminaba acá… por el contrario, empezaba acá. Carlos se peleaba con Enrique, le decía de todo -y yo creo que con justa razón- y terminaba desautorizándolo y llevándose a los chicos de prepo. Y yo en el medio y peleada con los dos. Y esto pasaba siempre! Enrique no podía entender porqué si él se tenía que ocupar de todo lo relacionado con los chicos, ir al colegio a hablar cuando nos citaban, correr al médico conmigo si era necesario, etc. porqué entonces no lo dejaban educarlos como él había elegido hacerlo. La realidad es que no tenía razón, porque lo que él buscaba era que el padre no viera más a sus hijos y viceversa y eso para mí era cruel. Siempre insistí en el hecho de decir que los motivos que me llevaron a separarme de Carlos fueron por su inmadurez en la relación, pero jamás por ser mal padre o mal esposo. Él amaba a sus hijos y sus hijos lo amaban a él y esperaban los fines de semana para estar juntos. Este proceder de Enrique, lejos de acercarlo a ellos -que de entrada habían pegado muy buena onda con él- los fue distanciando y creando un resentimiento difícil de manejar, teniendo en cuenta las edades de Marcelo y Gustavo (8 y 4 años).

..//continuará

                                                                                  El rincón de neche (Elsa)  

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