LA ANSIEDAD - NUEVOS FARMACOS

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Hace más de un siglo, un importante neurólogo suizo hizo un experimento muy famoso comprobando que el recuerdo de un evento doloroso se puede retener incluso perdiendo la memoria reciente.

La prueba la hizo con una mujer que tenía una amnesia que le permitía acordarse de los recuerdos viejos conservando sus habilidades básicas de razonamiento, pero no rememoraba el pasado reciente.

El médico la saludaba a diario, pero ella no podía recordar ni siquiera la cara. En una oportunidad, se puso un alfiler en la mano y cuando le extendió la mano a la mujer, la pinchó, lastimándola con la punta. Al siguiente día, aunque la paciente no lo reconoció, como de costumbre, cuando el médico le extendió la mano para saludarla se dio cuenta que ella dudaba de hacerlo, es decir,  que reconocía una posible amenaza si lo hacía, a pesar de que su memoria continuaba dañada como siempre y no sabía quién era él ni qué hacía ahí.

De esta manera descubrió algo muy importante: que el miedo sigue su camino, más allá de la conciencia. 

Muchos años más tarde, dos neurólogos de la Universidad de Iowa, encontraron la explicación.

La clave está en la amígdala cerebral, que es un órgano que tiene el tamaño de una almendra y se encuentra detrás de cada oreja. Recibe información de todos los sistemas sensoriales y controla actividades fisiológicas como la presión sanguínea, el pulso cardíaco, las hormonas del estrés y las señales que paralizan el cuerpo frente a un estímulo terrorífico.

Las situaciones de miedo alteran las neuronas de este órgano, a veces de manera irreversible. Solamente una experiencia traumática es capaz de crear un recuerdo que dure toda la vida. Este tipo de memoria a largo plazo puede ser contraproducente. ¿Por qué? Bueno, porque, por ejemplo, no está bueno tener fobia a los ascensores porque un día tuve una experiencia negativa, sobre todo si trabajo en un piso 35.

Otros estudios revelaron que las acciones de la amígdala se activan inconscientemente... no hace falta la participación del córtex cerebral. Es decir, el miedo evolucionó como mecanismo de supervivencia. 

Por ejemplo, si vemos una serpiente, primero nos asustamos y después pensamos en cómo saldremos de su alcance. O si vemos un auto que se aproxima a toda velocidad, nos apartamos sin pensar si debemos hacerlo. Después, cuando trabaja la amígdala, otros estímulos sensoriales llegan al córtex, que decide conscientemente cómo hacer para apartarse del auto... si saltar o salir corriendo. Es decir, primero actuamos y después pensamos. Esto es gracias a la amígdala, que nos paraliza antes de podernos dar cuenta de lo que está pasando.

Basados en esta investigación, los laboratorios trabajaron en fármacos que actúan específicamente sobre la amígdala, ayudando a controlar las fobias y los trastornos de ansiedad, evitando el uso de los ansiolíticos y sus efectos secundarios, entre otros, dolor de cabeza, somnolencia, vértigos, etc.