Algunos padres suelen tener dificultades para llevar adelante su rol paterno. No saben ejercer la autoridad poniendo límites, ni establecer reglas que deben cumplirse a rajatabla.
Después de generaciones de padres distantes y rígidos, los adultos han caído ahora del lado opuesto y tienen mucha dificultad para imponerse a sus hijos.
Estamos de acuerdo en que la muestra de afecto y el diálogo son indiscutibles avances en la crianza, pero los especialistas dicen que el sí fácil, la permisividad y el amiguismo no son beneficiosos, por el contrario, son perjudiciales, debido a que hay funciones insustituíbles que no las llevan a cabo.
Son los padres quienes deben instalar los valores y enseñarles a sus hijos a ser responsables y ser el modelo para que ellos aprendan.
Si los padres son demasiado complacientes, generalmente porque sienten culpa por no poder dedicarles todo el tiempo que quisieran, dan mensajes inentendibles como posible-imposible o permitido-prohibido, sucumbiendo con mucha facilidad a las exigencias infantiles.
Otro error es el que los especialistas llaman mercantilizar el vínculo y se prestan al consumo desmedido. Los chicos no hacen más que pedir y los padres no hacen otra cosa más que comprar. Les parece que con eso compensan la atención y el tiempo que no les dedican.
Los que saben, aseguran que no es preciso estar dos horas a disposición de ellos. Más que la cantidad del tiempo, lo que vale es la calidad. Quince minutos jugando con ellos a lo que quieran o simplemente conversando y prestándoles atención durante ese tiempo, es suficiente para satisfacer las demandas de los pequeños.
Se trata de combinar los logros de estos papás más comunicativos, flexibles y abiertos, por otros capaces de sostener el no, sin culpa frente a algo que creen innecesario y sostener las reglas impuestas.
Los límites deben ser claros para que los chicos entiendan y no intenten llamar la atención exigiendo regalos que no precisan, en lugar de pedir lo que realmente quieren, que es: más presencia de ellos.
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