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miércoles, 20 de noviembre de 2013

A LA LARGA, TODAS SOÑAMOS CON EL CASAMIENTO

 
 
 
Aunque nadie quiera confesarlo, seguramente todas soñamos con el casamiento en algún momento de nuestra vida.
Años atrás las mujeres se casaban muy jovencitas y las que no lo hacían en esa etapa pasaban a tener el rótulo de "solteronas". Por suerte ese término ha pasado al olvido y ahora no hay absolutamente ninguna edad prefijada para dar el "sí quiero", pero admitamos que en algún momento nos gustaría hacerlo.
Por supuesto, no se mira de la misma manera el matrimonio a los veinte años, a los treinta, a los cuarenta o a los cincuenta.
Cuando tenemos veinte años todo es entusiasmo y fantasía. Todo se tiene que asemejar a un cuento de hadas. El vestido tiene que ser enorme, con una cola larguísima, lleno de volados, un ramo increíble y nuestro príncipe, azul.
Al cumplir los treinta el vestido baja sus pretensiones. La cola es bastante más corta, el ramo ahora es un ramito, no hay tanta excitación en general y nuestro príncipe azul ya pasa a ser de una tonalidad celeste. 
Si ya estamos en los cuarenta ¿para qué nos vamos a hacer un vestido para ese único acontecimiento? Mejor lo compramos hecho y nos fijamos, además, las modificaciones que se le pueden hacer para después usarlo en algún otro evento. Las flores seguramente las compraremos en el florista de la esquina y el ramito será bien chiquito, tanto como para llevar algo en la mano. A la familia le avisaremos bien a último momento y nuestro príncipe celeste cada vez está más desteñido. La promesa ya no es "hasta que la muerte nos separe" como a los veinte, ni "hasta que la muerte nos separe o un poco antes" como a los treinta, sino "hasta que la muerte nos separe o una de veinte te caliente la oreja".
Cuando tenemos cincuenta nuestro vestido ya es un trajecito, con un improvisado ramo y la fiesta seguramente será una parrillada en la terraza de tu casa o en una parrillita del barrio. La familia será un lío porque se mezclarán los tuyos, los míos y los nuestros, así que se tornará bastante complicado organizarla. Ahora sí que de tan desteñido que está, ya ni sabés de qué color es el príncipe, pero te aseguro que es de cualquiera menos azul. En esta etapa la promesa será "hasta que la muerte nos separe o hasta que uno de los dos vuelva con su ex".
Lo lindo es cuando llegás a los sesenta, porque todo vuelve a ser casi igual que a los veinte. Una ilusión enorme. Si esperaste hasta entonces para casarte, querés todo bien a lo grande. Los invitados son una cantidad increíble. La cola larguísima para que la puedan llevar todos tus nietos. Y el príncipe, ha retomado ese azul intenso que tenía en un principio.
En este momento, la promesa vuelve a ser "hasta que la muerte nos separe"...

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