Imaginen esta escena. Dos bebés en el útero están conversando. Son Ego y Espíritu.
Espíritu le dice a Ego: "Aunque no quieras aceptar esto que te voy a decir, estoy convencido que hay una vida después del nacimiento". Ego le contesta: "¡Qué ridiculez! Esto es lo único que existe. Acepta tu destino y olvida eso".
Al cabo de un rato Espíritu vuelve a hablar: "Ego, tengo algo más para decirte; también creo que tendremos una mamá". Ego responde riendo y le contesta: "Andate al rincón y acepta esta realidad, que es la única".
Después de un poco, Espíritu insiste una vez más: "Ego, por favor, acepta mi idea. Yo creo que todas las incomodidades que estamos sintiendo los dos y este espacio que parece achicarse a medida que crecemos, nos está preparando para conducirnos a un lugar deslumbrante, pleno de luz". "Estás loco!" dijo Ego. "¿Cómo podés hablar de luz si no la conocemos? Vamos, tomate del cordón y quedate quieto".
Espíritu se calla pero finalmente estalla: "Ego, una sola cosa más! Creo que todas estas incomodidades, además de llevarnos a una luz celestial, nos pondrá finalmente cara a cara con nuestra madre y experimentaremos un éxtasis superior a todo lo que hemos pasado". A lo que Ego le replica: "Espíritu, te volviste completamente loco! Ahora sí que no tengo ninguna duda".
Ego y Espíritu están en cada uno de nosotros. Busquen ahora Uds. esa brillante luz celestial de la que tanto hablaba Espíritu e intenten experimentar lo maravilloso que puede ser el triunfo del yo sobre las demandas permanentes de nuestro Ego.
Fuente: Parábola de Henry J. M. Nouwen del libro de Wayne Dyer, "Tu Yo Sagrado"
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